Capítulo 12

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Cuando llegó al edificio de oficinas sintió que todo el mundo le clavaba la mirada. No podía importarle menos, estaba allí por algo y lo conseguiría a toda costa. Por un momento se sorprendió de su propio comportamiento. ¿Desde cuándo hacía que no necesitaba tanto a nadie para hacer desaparecer sus problemas? Fue directo al ascensor y pulsó el botón de la última planta. No era un chico paciente, y se puso nervioso al comprobar que aquel ascensor no iba precisamente rápido. Respiró profundamente y revisó su móvil un par de veces, y cuando al fin llegó a la planta se peinó un poco con la mano y salió directo a la puerta. Llamó al timbre un par de veces y esperó a que el empresario le abriera.

Pero no lo hizo.

En cambio, fue Harald quien abrió la puerta.

—Hey, tú eres el chico del otro día—comentó con una divertida sonrisa, apoyándose en el marco de la puerta.

Erik no daba crédito a lo que sus ojos veían. ¿Qué hacía aquel desgraciado todavía allí? Le miró con las cejas arqueadas y luego arrugó la nariz y frunció el ceño.

—Vengo a hablar con tu padre—haciendo uso de su cuerpo menudo se coló en el hueco que había dejado Harald entre él y el marco, y entró en la suite.

—Mi padre está trabajando, será mejor que vuelvas cuando acabe. Como a las... tres de la madrugada—respondió despreocupado, dejando la puerta abierta. Pensó que, dicho aquello, Erik se marcharía. Pero no.

—Mira, me importa una mierda, llámale y dile que estoy aquí esperándole.

Harald arqueó una ceja, sin poder creer la actitud del chico.

—¿Y en serio crees que mi padre hará caso a un capricho de un niñato? Vamos, tampoco te creas tanto, he visto decenas como tú—se cruzó de brazos—. Mi padre se los folla, se creen los reyes del mundo durante unas semanas y luego les da la patada.

—¿Y cómo sabes todo eso sobre tu padre? —Erik no lo admitiría, pero estaba un poco sorprendido. Pensó que ese tipo de información no era la que debía conocer un hijo precisamente.

—Venga ya, que soy tonto pero no tanto—rió un poco, apoyando la espalda en la pared—. La gente como tú es siempre igual. Los sé reconocer a kilómetros.

—¿La gente como yo? —aquello no sonaba bien. No sonaba nada bien. Erik se acercó un poco más al joven.

Mientras, Björn seguía firmando cosas en su despacho. No se fiaba mucho de su hijo, a decir verdad, así que revisó un momento las cámaras de seguridad. Casi se le cae el café al suelo cuando vio al menor en su apartamento. ¿Qué hacía él allí? ¿Y por qué estaba hablando con Harald? Temiendo lo peor se levantó y salió a paso rápido hacia la suite.

—Ya sabes—respondió el joven, sonriendo cínicamente—. Van con esa actitud por ahí, como de perdonavidas. Y por dinero son capaces de hacer cualquier cosa. Van a mi padre como moscas a la miel—hizo una mueca de desagrado.

—Será mejor que te calles porque me estoy enfadando—le amenazó, apretando los dientes—. Para empezar, tú no me conoces, ¿vale? Así que cierra la boca.

—¿Conocerte? —rió desganado—. No me hace falta conocerte. Solo he necesitado dar una vuelta a la ciudad para escuchar todo lo que se dice de ti.

—¡Retira eso ahora mismo! —volvió a avanzar hacia Harald.

El joven rodó los ojos, sin darle importancia al creciente enfado de Erik, y este acabó explotando. Tenía mucha rabia contenida. ¿De dónde salía tanta rabia? Sí, Harald le había molestado, pero no hasta aquel punto. Sintió que quería romperlo todo. Se echó sobre el hijo del empresario y empezó a dar golpes y empujones. Fue aquel justo momento en el que Björn entró por la puerta, y alarmado los separó. No entendía qué acababa de pasar, pero no tenía buena pinta.

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