Andy

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A Andy siempre le hacía gracia que le hicieran bromas sobre Toy Story. Se reía hacia dentro, inspirando aire y haciendo un ronquido. Era una risa sincera y blanca. Andy se levantaba todos los días laborales a las siete menos cinco, se duchaba antes que Erik y preparaba el desayuno. Andy era tranquilo, pero no serio. Tenía la mirada serena, los ojos almendrados. La nariz larga y recta. Andy tenía la cara larga y la boca pequeña. El pelo y los ojos castaños. Andy era siempre positivo, entre ambos, la casa estaba empapada de risas. Pero Andy también lloraba, más que Erik. Cuando algo era bonito y cuando era triste y cuando le daba rabia. Y Andy era amable y atento. Sabía cuándo Erik estaba triste, sabía que tenía que cogerle de la mano y prepararle un té caliente con una nube de leche, dos cucharadas de azúcar y hablarle en irlandés. Andy también era sarcástico, y bromeaba siempre levantando mucho las cejas. A Andy le gustaba comer arroz y chocolate y albaricoques. Y miel, por supuesto. Le gustaba los días de sol y el verano igual que a Erik. Le gustaban los animales. Todos, sin excepciones. A Andy a veces le costaba dormir, pero con Erik siempre se relajaba. Se acostaba siempre de lado y le gustaba ser la cucharita pequeña. Andy no tenía ningún tatuaje. Entraba en el estudio de Erik y hacían juntos la misma broma, máquina de tatuaje en mano, sobre tatuarle mientras dormía. Andy siempre le cogía de la mano cuando iban por la calle, Andy veía el fútbol con él.

Andy había tenido una infancia feliz y una adolescencia feliz, y cuando Erik le miraba veía todo lo que se había perdido. Pero eso no le hacía sentir mal. Era un paso más para ser feliz con él, y para empaparse de todo lo bueno, para darse una segunda oportunidad. Andy le recibía con los brazos abiertos, y le apoyaba en sus días malos, le guiaba. Le escuchaba y le acompañaba en el camino, un camino que Erik había empezado mucho tiempo atrás y del que estaba determinado a no salirse. Andy era caricias y nostalgia y chistes malos. Era documentales de animales y tarros de miel en la despensa. Era tardes de lectura cuando Erik quedaba con sus amigos para ir al skate park. Amor y cuidado. Andy era calma y paz.

Erik se había acostumbrado a despertar solo cuando dejó a Björn, a excepción de algún encuentro fortuito que se había alargado hasta las primeras horas de la madrugada. Erik había aprendido a estar solo y a ser independiente, había aprendido a no dejarse llevar por el placer pasajero, por las malas decisiones y por el peligro. Aun así había echado de menos despertar junto a alguien. Por eso, cada vez que lo hacía al lado de Andy, se sentía inmensamente feliz. Era domingo y Andy seguía durmiendo. Rostro sereno, arrullado sobre la almohada.

Alargó la mano para acariciarle la mejilla y Andy se empezó a despertar. Abrió muy poco los ojos, molesto por la luz que entraba por la ventana, dejando ver sus dos avellanas, dulces y sinceras. Enseguida volvió a cerrar los ojos, soltó un gruñido suave con una sonrisa, y se movió perezoso en dirección a Erik. Aún estaba en medio del sueño y la vigilia, su respiración seguía siendo profunda, y aprovechó que Erik tenía los brazos extendidos para arrastrarse fácilmente a un abrazo y hundir la cara en el pecho del chico. Había visto las fotos. De cuando Erik se había rehabilitado o incluso antes. De aquella fatídica época en la que las drogas le habían consumido. Llorar la muerte del Erik que había conocido antes de que se fuera a Nueva York era un trabajo que llevaba en privado, complementado con celebrar al Erik que ahora conocía, quererle y volverle a descubrir. Erik le acarició desde la espalda baja hasta hundir los dedos en su pelo y dejó besitos en su cabeza, arrancándole un suspiro de placer. Podría haberse vuelto a quedar dormido en cuestión de segundos, pero hizo el esfuerzo de mantenerse despierto para poder disfrutar del masaje improvisado que le daba su pareja. Estuvieron así un rato, aprovechando que aquella mañana no tenían prisa para ir a ningún sitio.

—Me estás clavando el mástil...—susurró Andy, con la voz ronca de recién levantado.

Erik se rió por lo bajo y separó las caderas, intentando recolocarse un poco. A veces las erecciones matutinas eran un coñazo. Bajó la cabeza lo justo para poder mirarle a los ojos y frotó cariñoso la punta de su nariz con la de Andy, en un gesto que ya tenían casi como base de su afecto. Se dieron un par de besos tranquilos, olvidándose por un momento de que el mundo existía. Eso fue lo que hizo a Erik darse cuenta de que, aquella vez, había hecho lo correcto. Cuando estaba con Andy todo se detenía. La tierra dejaba de girar, las palabras y el silencio se quedaban suspendidos en el aire. Cuando estaba con él había suspendido en el aire un aura que le decía que estaba seguro. "Estás conmigo", le hacía saber. "Te tengo. Todo va bien". Andy le dio un beso más, atrapando el labio de Erik entre los dientes un segundo, y de repente escuchó cómo el estómago del pecoso rugía. Fue un rugido potente, que se alargó durante algunos segundos más de lo normal. Lo suficiente para que le diera tiempo a apartarse de sus labios y mirarle a los ojos, levantando las cejas. Erik le miraba de vuelta, con una expresión divertida.

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