Capítulo 3

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El humo de aquel puro se perdía en algún punto en el aire, y el empresario iba dándole calada tras calada, disfrutando de su dulce sabor. Mientras, Erik se miraba en el espejo, lamentándose por todas las marcas moradas que habían quedado sobre su piel. Suspiró y se puso la camiseta, rezando para que no se viera ninguna de ellas. Cosa que, desgraciadamente, no fue así. Björn le miraba curioso, y finalmente se decidió a ir a su lado y dejar un beso sobre su mejilla, de forma casi cariñosa.

—¿Ocurre algo? —preguntó en un susurro, sin despegar aún su nariz del cuello del menor. Le encantaba su aroma.

—Los chupetones—contestó Erik, haciendo una mueca—. Si mi padre los ve...

—Sabrá que su hijo ha pasado un buen rato—acabó su frase, dándole una rápida palmada en el culo—. Vamos, deja de pensar en eso.

Erik suspiró y volvió a mirarse en el espejo, arreglando tanto como pudo su despeinado pelo. Los revolcones en la cama habían estropeado su peinado.

—¿Puedes llevarme a mi casa? —preguntó Erik, caminando hacia la mesita de noche y recogiendo el dinero que le había dado Björn.

—¿Es que no sabes caminar? —le contestó el empresario, que seguía en ropa interior y fumando su puro.

—Es que está muy lejos, y me duelen las piernas—se giró hacia el empresario—. Porfi...

Esta vez fue el hombre el que suspiró. Se lo pensó un momento, mirando su puro, su preciado puro... Chasqueó la lengua contra el paladar y dejó el puro en el cenicero. Se apagaría en unos minutos y debería tirarlo. Un verdadero fastidio. Empezó a vestirse con un traje sencillo, pero elegante.

—Vamos, el coche está en el parking subterráneo.

Dicho esto, ambos varones salieron de la habitación y se dirigieron hacia la puerta de entrada. Una vez fuera de la suite, y después de que Björn cerrara con llave, entraron al ascensor y bajaron al parking. Y unos metros más allá, estaba el coche. A Erik no se le pasó por alto el detalle de que no era el mismo coche de la noche anterior, pero debería haber costado lo mismo, o incluso más. El empresario encendió el coche y salió del parking.

—Tu dirección—pidió serio, sin apartar la mirada de la carretera.

—Calle Oscar Wilde, nº 15.

—¡Hey! Eso no está tan lejos—se quejó Björn, haciendo una mueca.

—Ay, ¿qué más da? —le quitó importancia, y ya no volvieron a hablar del tema.

Unos minutos más tarde el coche estaba parado justo en la puerta de la casa de Erik. Pero este, por alguna razón, no salía. Björn le miró extrañado durante un momento, y carraspeó un poco.

—Ya hemos llegado...—le avisó en un murmullo.

Erik le miró, sonriente, y se acercó a él para dejarle un intenso y húmedo beso. El empresario no se lo esperó, pero poco tardó en seguirle el ritmo. Y mientras su cuerpo se preparaba para un último revolcón en el coche, el chico se apartó. Sacó de su bolsillo un pequeño bolígrafo y le apuntó su número de teléfono en el dorso de la mano de Björn.

—Me llamarás, ¿no? —lo cierto es que aún le debía un traje, por lo que todavía no podía perder el contacto con aquel hombre.

—Claro...—se lanzó sobre el chico, con intención de seguir lo que él había empezado—. Voy a echar de menos tu culo...—susurró un poco ronco.

Erik rió divertido, y lo apartó de encima suyo.

—Tengo que irme—abrió la puerta del coche, y le miró una última vez—. Piensa en mí cuando soluciones eso—señaló la entrepierna del hombre, que empezaba a ponerse dura.

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