Capítulo 18

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—Owen... Owen, despierta—la pelirroja meció suavemente el cuerpo del chico—. Cariño, son ya las once de la mañana.

El joven empezó a despertar poco a poco, pestañeando con fuerza para acostumbrarse a la luz. Se incorporó en la cama y rápidamente limpió los restos de saliva que habían caído por la comisura de sus labios mientras dormía. Era algo que siempre le pasaba, y lo mataba de vergüenza. Su madre se acercó y dejó un pequeño beso en su frente.

—¿No me ha sonado el despertador?...

—Eso parece. Pero no tenías que hacer nada hoy, ¿no? —el chico negó, dejándose caer de nuevo sobre las sábanas—. Bueno, baja a desayunar cuando quieras. Intenta no volver a dormirte—la mujer salió junto a una pequeña sonrisa, cerrando la puerta.

Owen suspiró, se frotó la cara y buscó el teléfono en la mesilla de noche. Cuando lo desbloqueó se encontró con una de las páginas web que había estado viendo por la noche, en un momento de intimidad. Recordó que se había quedado dormido sin haberla cerrado antes, ¿cómo podía ser tan tonto? La cerró rápidamente y borró también el historial. Nadie lo vería, pero por si acaso. Suspiró y escondió su rostro en la almohada. Solo de pensar que Erik podría haber descubierto aquello le ponía los pelos de puntas. ¿De qué sería capaz su hermano con tal de reírse un rato? Qué humillante... Volvió a desbloquear el teléfono y empezó a revisar sus mensajes. Como de costumbre nada interesante, y ningún mensaje privado. Estaba seguro de que si salía de todos los grupos donde estaba no le volvería a llegar ningún mensaje jamás. Pensar en todo aquello le estaba empezando a deprimir un poco, así que se incorporó, saltó de la cama y empezó a vestirse.

Cuando llegó al final de la escalera bostezó y se dirigió a la cocina.

—Buenos días—se sentó en la mesa, frente a su padre, y se sirvió dos tostadas.

—¿No te duchas? —preguntó su padre, bajando un poco el periódico.

—Después de desayunar—empezó a untarse mantequilla y mermelada en las tostadas.

—¿Y tu hermano? —se encogió de hombros y le dio un bocado a la tostada. Miró la que quedaba en el plato y pensó que, quizá, dos era demasiado—. Te ha llegado una carta. De la universidad.

Owen alzó la mirada hacia su padre, después a su madre, y de nuevo a su padre. ¿Una carta de la universidad? Dejó la tostada en el plato y se limpió con la servilleta, para seguido alargar la mano hasta las cartas que había en la mesa y buscar la que estaba a su nombre. La abrió con un poco de torpeza y empezó a leer. Sus ojos se abrieron como platos. No se lo podía creer.

—Ay... ¡Ay! —se levantó, con los ojos pegados al papel.

—¡¿Qué pasa, qué pasa?! —su madre se acercó rápidamente.

—¡La beca! ¡Me han dado la beca para el máster!

—¡Oh, qué gran noticia! —se abrazó a su hijo firmemente, riendo de alegría.

—¡Bien hecho! —su padre se acercó, dándole unas palmaditas en la espalda—. Te lo dije, ¿verdad? Por supuesto, un O'Brennan siempre consigue lo que se propone.

—¿Estás feliz? —Amanda acarició su mejilla, y Owen asintió.

—Y lo siguiente será el doctorado, ya verás —volvió a hablar su padre—. Porque es lo que quieres, ¿verdad?

De repente, toda la euforia cayó a sus pies. Owen dejó de sonreír, y su mirada se perdió en algún punto de la mesa. ¿Es lo que quería? ¿Realmente? Sintió un pinchazo en la boca del estómago que casi le hizo doblarse. Alzó la mirada hacia su padre.

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