Capítulo 23

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Björn apartó las sábanas que los tenía sepultados y buscó aire a bocanadas, mientras Erik jadeaba con los ojos cerrados, aún disfrutando de los últimos retazos del orgasmo. Poco a poco sus corazones fueron calmándose, y se quedaron mirando el techo. Sin decir nada. Y es que a pesar del espeso silencio que reinaba en la habitación, ambos se sentían extrañamente a gusto. Sus dedos se rozaban suavemente, disfrutando de la calidez. Aquella relajación estaba llevando a Erik de nuevo a los sueños, pero Björn se quedó pensativo, reflexionando. Al menor le debió de entrar frío, porque volvió a taparse con las sábanas y se acurrucó en el pecho del empresario. Björn enredó sus dedos con los cabellos del joven y, mientras le acariciaba delicadamente en sus últimos momentos de vigilia, se permitió pensar en su familia.

¿Por qué en su familia, justamente en aquel momento? Quizá recordar a su padre le había dejado un pequeño hueco en el pecho, que ahora dolía un poco...

Se levantó de la cama con cuidado de no despertar a Erik, aunque no tuvo mucho éxito. En cuanto consiguió quitárselo de encima el menor se despertó repentinamente, parpadeando. Vaya que tenía un sueño ligero.

—Perdón—se disculpó, acabando de levantarse y vistiéndose con calma—. Sigue durmiendo si quieres.

—El que debería seguir durmiendo eres tú—dijo el menor, frotándose los ojos—. No has pegado ojo en toda la noche, ¿verdad?

Björn, en lugar de contestar, solo se encogió de hombros.

—¿Cuánto...? Bueno, ¿cuánto quieres para lo de esta vez? —cambió rápidamente de tema, buscando su cartera.

Erik se quedó un momento en silencio, serio, mirándole desde la cama. El dinero, casi se le olvida. Suspiró suavemente y volvió a tumbarse mirando al techo.

—No sé, cincuenta está bien.

—¿Solo cincuenta? —Björn se giró a mirarle, sorprendido. Lo que le sorprendió aún más fue la expresión del menor. Se le notaba... extraño—. ¿Estás bien? —el que encogió los hombros ahora fue el joven.

—Sí, bueno, en realidad no. No sé...—cogió una gran bocanada de aire mientras pensaba—. Es por lo de ayer, me siento... no sé, muy estúpido—aquello último lo dijo junto a una amarga risa, en un amago de esconder su ansiedad.

—No eres estúpido...—se sentó en la cama junto a él—. Es... bueno, es un problema que tienes. Y me lo explicaste—se encogió de hombros—. Todos tenemos problemas... No sé, pensé que sería una buena idea hablarlos. Tu hermano vino y me dijo que te iría bien hablar de ello, más o menos...

—Sí, todos tenemos problemas, pero...—se quedó callado, incorporándose en la cama—. Espera. ¿Mi hermano? ¿Mi hermano ha estado aquí? —Björn alzó una ceja.

—Eh, sí, estuvo aquí ayer. Por la mañana.

—¡¿Y cómo es que no me lo has dicho?!

—Bueno, a ver, es que...—Björn empezó a justificarse rápidamente, dándose cuenta de que acababa de meter la pata hasta el fondo, pero Erik le interrumpió.

—¿Qué te dijo sobre mí? —el empresario se quedó mudo, intentando buscar las palabras—. ¡Que qué te ha dicho, ostia!

Erik se levantó de la cama, caminando unos metros y sujetándose la cabeza. Los nervios le estaban empezando a dar náuseas.

—Nada, solo que... bueno, me dijo que tenías un problema con... con las relaciones y... Y me dijo que sería mejor que no nos viéramos más.

—¡Qué capullo! —le dio una patada a su mochila y Björn, alterado, se levantó también—. Puto entrometido... ¡¿Y tú cuándo pensabas decírmelo?!

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