Capítulo 21

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—Erik, ¿puedes venir un momento?—la suave, aunque preocupada voz de su madre le llamó desde la cocina.

El chico resopló un poco y se levantó del sofá a desgana. Apenas acababa de empezar septiembre, y el verano poco a poco iba desapareciendo, llevándose con él un año más. Erik llegó a la cocina y se sentó en la mesa, mirando a su madre y a su padre. Sus expresiones eran serias, un poco contraídas por algún tipo de dolor que, en aquellos momentos, no sabía identificar.

—El curso va a empezar dentro de unas semanas—al escuchar las palabras de su padre, echó la cabeza hacia atrás y rodó los ojos. Lo que menos necesitaba en aquel momento era uno de aquellos sermones—. Es... es el tercer año que repites curso, Erik. Tu madre y yo estamos muy disgustados.

—¿Ah, sí? —saltó rápidamente, incorporándose—. Vaya, haberlo pensado antes de obligarme a hacer esa modalidad. Qué pena, ¿verdad?

—A penas vas a clase—empezó a hablar, ahora, su madre—. No haces los trabajos, te saltas los exámenes... ¡y vas drogado!

—Eh, eso solo fue un par de veces—intentó justificarse, en un tono un poco más calmado—. Mira, si yo estuviera haciendo algo que me gusta no tendría problema en estudiar. Pero oh, qué casualidad, lo que estoy haciendo me importa una mierda—dio un golpe sobre la mesa, frunciendo el ceño—. Así que ahora os jodéis.

—Erik—su padre se puso de pie, cruzándose de brazos—. Te guste o no harás medicina. ¿Queda claro? Tu hermano no tiene ningún problema en hacer derecho, ¿por qué nos lo pones tan difícil?

—¡Owen es un puto inútil! —se levantó también, volviendo a dar otro golpe—. ¡No es mi problema que él no sepa decir que no a tus caprichos! Pero yo tengo un poco de amor propio, ¿sabes? ¡Y no pienso pasarme el resto de mi juventud bajo una montaña de libros de puta medicina! ¡Quiero hacer bellas artes!

—¡No harás bellas artes! ¡Y te lo advierto, Erik! ¡Si no apruebas este curso te mandaremos a un internado!

—¡Perfecto! —su grito rozaba la histeria. Le dio un manotazo a uno de los vasos que había sobre la mesa, tirándolo al suelo, y dio media vuelta para salir de la cocina—. ¡Que sea solo de chicos, así me los podré follar a todos!

Dio un empujón a Owen, que apareció en la puerta alarmado por los gritos, y se dirigió directamente a la puerta de entrada. Ni llaves, ni móvil. Nada. No cogió nada. Salió a la calle con los bolsillos vacíos y una maraña de nervios en la garganta que no le dejaba respirar.

Owen suspiró pesadamente al escuchar la puerta cerrarse, y se frotó la cara con las manos. No podía evitarlo, la actitud de su hermano cada vez le preocupaba más. Y quería ayudarle, necesitaba ayudarle, ¿pero cómo? Se sentó en el sofá, un poco inquieto, y empezó a darle vueltas a alguna manera de echarle una mano a Erik. Se acordó, entonces, de aquel hombre que había mencionado hacía ya más de un año. Aquel con el que se acostaba a cambio de dinero y regalos. Pensó que quizá, si no tuviera la distracción de esa relación, podría centrarse más en sus estudios. Se mordió el labio y recogió rápidamente el móvil de Erik, que había quedado sobre la mesita de café. Le invadió la misma sensación que cuando llamó a la policía, también hacía más de un año. Pero eso no consiguió detenerle. Se miró la muñeca, aquella herida que empezaba a cicatrizar, y se dijo que si él no hacía algo para cambiar a Erik, nadie lo haría. Estuviera bien o mal entrometerse en la vida de su hermano, lo haría con tal de sacarlo de aquel pozo en el que cada vez se iba hundiendo más y más. Y entonces, solo entonces, volvería a ser el Erik que él conocía.

Desbloqueó el teléfono y buscó información que le pudiera ser útil. Un número, una dirección. Algo. Tuvo suerte, pues en las notas Erik tenía apuntada la dirección del piso de aquel hombre. Suspiró un poco tembloroso, poniéndose de pie y guardando el móvil en su bolsillo. Bien, iría allí, hablaría con el hombre y volvería a tiempo a casa para dejar el teléfono donde se lo había encontrado. No parecía difícil. Se despidió de sus padres y salió de casa a paso rápido, casi con tanta prisa como su hermano. Una vez en la calle echó a correr hacia la parada de autobús más cercana, tomando el primero, que lo llevaba directamente al centro de la ciudad.

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