La tumba no tenía flores. Björn sabía que su madre no era muy devota de honrar a los muertos, pero aún conservaba la esperanza de que cuidara la tumba de quien había sido su marido por casi cincuenta años.
Pero no, la tumba no tenía flores. La piedra estaba gastada por el viento y la lluvia. La tierra bajo sus pies, húmeda. Mentiría si dijera que no extrañaba a su padre, pero lo cierto es que estar allí de pie le traía sentimientos encontrados. De seguir con vida, ¿cómo sería la relación con su padre? ¿Seguiría siendo aquel hombre tenso y receloso, o los años habrían ablandado su caparazón? No poder contestar con seguridad aquella pregunta le hacía sentir algo incómodo. Por primera vez en mucho tiempo se veía al borde de un abismo, sin ser capaz de averiguar qué pasaría si saltaba. Y necesitaba saberlo, o llegar hasta el borde no habría servido de nada. Vio cómo un par de gotas de lluvia caían sobre sus zapatos, y cerró los ojos un momento.
El día del entierro de su padre también llovía. Recordaba un cielo oscuro y espeso, que parecía a punto de romperse sobre él en cualquier momento. Todo su alrededor, hasta donde le alcanzaba la vista, era gris. Sus hermanos, y su madre, también eran grises. Alguien se agachó a dejar unas flores, dejando que el crujido del plástico que envolvía el ramo acallara el ruido de la lluvia por un momento. Después, volvió el sonido del agua. Su madre no solía llorar. Pero lloró, claro. Aquel día lloró. Y Björn recordaba a la perfección aquel momento. Cómo su madre, disimuladamente, se había tapado la cara, y sus hombros se habían encogido un poco. Cómo sollozó, indefensa, ante la tormenta. Y cómo todos sus hermanos mayores, en un acto de privacidad, dieron media vuelta para dejarla sola. Björn nunca había visto a su madre tan rota, ni la volvería a ver.
Y, aun así, la tumba no tenía flores. El hombre suspiró suavemente y acarició la piedra fría y húmeda, sintiendo un escalofrío recorrerle la espina dorsal.
—Papá, ¿qué hacías tú cuando las cosas no iban bien? —la pregunta se perdió en el aire, mientras la lluvia empezaba a arreciar—. Siempre me decías que actuara como un hombre, pero eso ya no me sirve. Ni siquiera el hombre más fuerte de la tierra podría con esto...—se puso en cuclillas y acarició el gravado de la piedra, resiguiendo las letras que formaban el nombre de su padre—. Le quiero, papá. Haré lo que sea para que él esté bien. Lo que sea...
Se incorporó junto a un pequeño quejido, sujetándose la parte baja de la espalda, y volvió a suspirar profundamente. Si seguía bajo la lluvia acabaría resfriándose, sería mejor volver a casa. Cuando llegó al coche se sacudió un poco, intentando echar el frío que le había calado hasta los huesos. No le sirvió de mucho. Se frotó las manos y encendió la radio, para después arrancar el coche y empezar a conducir hasta casa. Deseó y esperó con todas sus fuerzas que Erik estuviera allí. Que, al abrir la puerta, se lo encontraría en el sofá cómodamente, quizá comiendo algo, y le saludaría con una sonrisa. Que estaría a salvo en un lugar cálido y seguro.
Pero no había ni rastro de Erik.
Suspiró largo y tendido y caminó arrastrando los pies hasta la cocina. Necesitaba un café.
***
Erik se prometió mejorar, pero una vez empezó a caer en picado ya no podía detenerse. Las noches de desenfreno no hicieron sino aumentar, cada vez yendo a más. El chico no tardó mucho en comprender que los gemelos eran mucha peor influencia de lo que en un principio se había imaginado, y se dejó arrastrar por ellos hasta el infierno. No planeó todo aquello, de veras no era su intención llegar tan lejos, pero cada hueco que dejaba debía llenarlo con algo, y nunca era suficiente, nunca se sentía satisfecho con nada. Pensó que, si seguía así, llegaría un punto en el que su cuerpo no resistiría más. Quizá si seguía, todo se acabaría mucho más rápido que si intentaba remediar las cosas. Nunca se le había dado bien arreglar cosas rotas.
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Sugar
Любовные романы《-¿Alguna vez has sentido que, por mucho que lo intentes, nunca conseguirás hacer las cosas bien? -Constantemente...》 Erik estaba dispuesto a llevar su vida, y todo lo que le rodeaba, al límite. Quizá fue aquello lo que hizo que se diera cuenta dema...