Capítulo 33

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Hacía mucho desde la última vez que Erik pisó un aeropuerto. A pesar de eso, nunca había sido capaz de olvidar del todo el ajetreo característico de aquellos sitios. Gente de un lado hacia otro, maletas por aquí y por allá, embarcos, reclamaciones... Y si debía ser sincero, sí, aquello le estresaba bastante. Tampoco ayudaba que hubiera tenido que presentar el justificante para sus ansiolíticos en el control de seguridad, mientras todo el mundo le miraba. Qué bochorno... Y ahora estaba sentado en la sala de espera, aguardando pacientemente a que las puertas de embarque se abrieran. Por delante le esperaban casi seis horas de vuelo, y solo de pensarlo estaba perdiendo toda su energía. Suspiró suavemente y escondió la mitad de su rostro en el cuello del anorak rojo, bajando la mirada.

—Hey—Björn se sentó a su lado y acercó el rostro al suyo—. ¿Te encuentras bien?

—Sí, solo estoy...—Erik se encogió de hombros y se dejó inclinar suavemente sobre el hombre—. Un poco nervioso. Hace tiempo que no me subo a un avión.

—¿Te dan miedo? —el empresario formuló la pregunta casi en un susurro, temiendo que fuera algo que avergonzara al menor, pero este negó con la cabeza.

—Estoy bien, no te preocupes—le dio un suave y discreto beso sobre los labios y se levantó rápidamente. Si iba a estar seis horas sentado más le valía aprovechar lo que le quedaba de tiempo para estirar las piernas. Se sujetó a la maleta, apoyándose un poco, y miró a su alrededor.

A pesar de lo estresantes que eran, en cierta parte, los aeropuertos tenían encanto. Erik no podía dejar de pensar en todas y cada una de las personas que pasaban frente a sus ojos. ¿A dónde iría esa gente? ¿Y de dónde vendría? En un sitio tan de paso como era un aeropuerto, ¿cuántas historias de amor se podían escribir? Se le escapó una pequeña risilla por aquella idea y la escondió detrás del abrigo. Por supuesto, tenía que estar pensando en el amor en aquel justo momento... Se giró disimuladamente para observar a Björn y lo vio revisando su teléfono, con el ceño ligeramente fruncido y una mirada afiladísima. Qué atractivo era aquel hombre...

Cogió aire y miró el panel de los vuelos. Aún faltaban quince minutos para embarcar. Quince minutos para rehacer su vida desde cero. Lo cierto es que estaba entusiasmado. Sabía que, una vez pisara Reikiavik, todo habría acabado. Una vez todo empezara de nuevo, ya no volvería atrás. No volvería atrás ni siquiera para coger impulso.

—Erik, ven, mira esto.

Al escuchar la voz de Björn se giró rápidamente y caminó hacia su lado, agachándose y mirando lo que le estaba mostrando en la pantalla de su móvil. La temperatura.

—¿Solo -2º? —Erik no pudo evitar sentirse sorprendido. Pensaba que en Islandia se moriría de frío, pero allí en Nueva York estaban a -10º, con sensación térmica de -17º. Unos -2º no serían nada para él—. ¡Pensé que Islandia era helada!

—Es cierto que durante el invierno los termómetros no bajan mucho, pero espérate a verano, echarás de menos los 25º de aquí—buscó rápidamente la temperatura media de verano y se la mostró. No subían de los 14º.

—O sea, que siempre hace frío. No mucho frío, pero siempre frío.

Björn rió suavemente y guardó el teléfono, apoyando los codos en su maleta.

—Si no te gusta el clima podríamos hacer viajes a...—se encogió de hombros—. Italia, por ejemplo.

—Sí, Vacaciones en Roma, ¿no? —le dio un suave golpecito mientras el mayor reía, y volvió a mirar el panel—. Anda Gregory Peck, levanta, estamos a punto de embarcar.

Björn le obedeció y se puso en pie, dirigiéndose a la cola que empezaba a formarse para entrar en el avión. Erik, por supuesto, se pidió la ventanilla. Se acomodó en el asiento, mucho más espacioso que los de la clase turista, y relajó el cuello. El empresario, después de colocar todas las maletas, se sentó a su lado y le dedicó una pequeña sonrisa.

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