Capítulo 42

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Tal y como esperaba, aunque no había querido admitirlo en el momento, en cuanto Björn y su familia se fue la pena volvió arrollándolo todo. Seguía sin tener fuerzas para prácticamente nada, y no podía dejar de comerse la cabeza constantemente. ¿Y si así iba a ser siempre? ¿Y si no conseguiría salir de aquel pozo? Empezaba a pensar que quizá era hora de rendirse. Solo un poquito. Para poder descansar. Se miró las muñecas y pensó un momento en las autolesiones. Cuando alguien se cortaba, sus heridas de guerra eran evidentes. Todo el mundo asociaba los cortes en las muñecas con la lucha de la salud mental. Pero, ¿y si él no tenía? ¿Dónde estaban sus heridas de guerra? Las cicatrices en los nudillos de los golpes en la pared no eran un símbolo de esperanza perdida, o de alguien que necesita ayuda. Eran marcas incriminatorias de un comportamiento violento, peligroso e impulsivo. Por Dios, ni siquiera se había intentado suicidar como se supone que debía haber hecho, como la gente hacía, siendo conscientes. No dejó ninguna nota ni pensó en la muerte como algo que solucionaría sus problemas. Solo se tomó algunas pastillas de más porque no supo digerir el dolor.

La sociedad nunca le vería como una víctima, sino como el malo de aquella historia. Había hecho tanto daño. Tantísimo. Negarlo era hipócrita. Le había hecho daño a su hermano como al que más. Owen siempre había sido la diana para toda la rabia que no podía retener. Y Erik apuntaba con fuerza. En cuanto sentía que la ira se desbordaba, la echaba toda sobre su hermano. Quizá, de forma inconsciente, pensó que si él no era feliz, Owen tampoco podía serlo. Simplemente no era justo. Nada de lo que le había pasado era justo. Qué desastre. Hasta donde le alcanzaba la memoria él siempre había hecho daño. Por lo tanto, solo podía ser el malo.

Pero él no quería serlo.

Los malos no tienen final feliz. Y él quería su final feliz. Aunque, quizá, no lo mereciera.

Estaba cansado de perder, estaba cansado de dar y recibir dolor. Estaba tan cansado de las malas pasadas que le jugaba su mente que cada vez se le hacía más apetecible rendirse. Y sabía que eso no era bueno.

Se acercó a la ventana y se sentó en el alféizar. Estaba en el primer piso y apenas le separaba un metro del suelo, y aun así la ventana tenía unos barrotes de seguridad. No le importó mucho, porque le dejaba espacio suficiente para colocarse allí y un buen soporte para apoyar el hombro y ponerse cómodo. Le gustaba aquel lugar, se sentía un poco más en calma. Volvió a mirarse los nudillos y repasó las cicatrices y el dorso de su mano, sintiendo la piel áspera bajo sus dedos. Notó un pinchazo de inseguridad al reparar en aquello. ¿A Björn de verdad le gustaba su piel? Teniendo en cuenta su edad, Erik debería tener una piel mucho más suave. Más fina, más tersa. Y sin embargo tenía una piel seca y quebradiza. Sabía que el tabaco tenía parte de culpa, esperaba que una vez lo dejase su piel se suavizara. Ni siquiera pensó nunca que sería capaz de dejar el tabaco. Pero lo había dejado. ¿Sería capaz también de dejar el alcohol? Por alguna razón sentía que aquello sería mucho más difícil. El alcohol siempre había sido para él un pilar fundamental para mantenerse en pie. Borraba memorias, aquello siempre le había sido de mucha utilidad. No estaba preparado para tener que lidiar con todos los recuerdos de ahora en adelante, sin posibilidad de una amnesia incitada.

Suspiró suavemente y echó la cabeza hacia atrás, mirando entre los barrotes. El día había salido nublado, pero había gente en el jardín hablando y jugando al baloncesto. No le gustaba reconocerlo, pero se había acostumbrado a la comodidad del sol de Nueva York. Recordaba que de pequeño tampoco le importaba cuando un día salía nublado. Ahora, sin embargo, se le torcía el gesto. Nanna también estaba en el jardín, como siempre. Sentada en el césped leyendo algo con atención. Erik envidiaba en cierto modo la capacidad de leer de las personas. A él también le gustaría meterse en las historias y vivir aventuras, pero para ello necesitaba quedarse quieto y concentrado en unas páginas durante horas. Simplemente no era capaz. Se la veía tranquila, con el cabello recogido en una coleta alta, que caía como una cascada de oro sobre su nuca. Su cuerpo relajado, sus manos laxas, pasando las páginas con cuidado. Y una mirada calmada que decía mucho más de lo que Erik podía siquiera leer en ella. Sabía que tarde o temprano tendría que disculparse por cómo se había comportado con la chica, pero de momento no se sentía preparado.

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