Capítulo 10

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Eran ya las doce de la noche cuando Owen, asfixiado en su habitación, decidió ir a dar una rápida vuelta. Ver cómo la policía arrestaba a Erik hizo que el mundo se le cayera encima, y desde entonces sentía que le costaba respirar. Apenas había cenado, tampoco. No tenía hambre.

Esperó a que sus padres se durmieran y salió sigilosamente de casa. Hacía bastante frío, a pesar de estar ya en primavera, por lo que agradeció haberse llevado la chaqueta. Subió la cremallera hasta el cuello y echó a andar, sin ningún rumbo fijo. Su barrio estaba tranquilo, pero apenas salió de aquella calle llegaron las luces y los coches. No era un ambiente que le resultara especialmente acogedor. De hecho, todo lo contrario. Estar ahí, en medio de la ciudad y a esas horas le hacía sentir como un pulpo en un garaje. Caminó con la vista fija en el suelo, esquivando las personas que se cruzaban por su camino. Empezó a sentirse muy incómodo, mucho más de lo que se hubiera siquiera imaginado. Podía sentir las miradas de todos en su nuca, cuando en realidad nadie le estaba haciendo caso. Pero así lo sentía, y el peso sobre sus hombros era cada vez mayor. En su habitación se asfixiaba, pero allí realmente creyó que se ahogaría entre ese mar de gente. Se detuvo, pegó la espalda a la pared y respiró por un momento.

Hizo un esfuerzo por fijarse en las personas que caminaban por allí, y entonces se dio cuenta de que realmente nadie le miraba. Que era invisible. Sintió algo de alivio, y a la vez malestar. Siempre había sido de aquella manera, invisible al lado de Erik. Frunció suavemente los labios y siguió caminando hasta que llegó a la zona de bares. No era su plan quedarse allí, pero pensó que no pasaba nada si se daba una vuelta. Si algo no le convencía o le ponía muy nervioso siempre podía dar media vuelta.

Se pensó mucho en qué bar debería entrar. Quizá demasiado. No sabía muy bien qué podía encontrar dentro y no quería llevarse sustos. Al final acabó acercándose a uno que tenía la entrada iluminada de neón azul. Entró un poco indeciso, mirando hacia todas partes. Aunque estaba muy oscuro y solo podía ver luces de colores y gente moviéndose. Resonaba por todas partes My House, de Flo Rida. Se detuvo justo en la entrada, tomó una gran bocanada de aire y siguió caminando hasta la barra. Rápidamente se le acercó el barman para tomarle la orden, y educadamente pidió una cerveza. Entonces se giró y observó, casi fascinado, el ambiente de aquel local. La gente parecía estar pasándoselo de muerte, y lo cierto es que le dio bastante envidia.

La cerveza llegó y le dio un pequeño trago, manchándose el labio superior de espuma. Rápidamente lo limpió con un lametazo, y cuando estaba centrado en ver las burbujas de la cerveza ascender, alguien se sentó a su lado.

—¿Erik? —se giró rápidamente, un poco asustado. Allí había un chico, más o menos de su edad. Tenía el pelo teñido de verde botella y un montón de piercings y tatuajes —. Oh... Tú no eres Erik, pero te le pareces mucho —el chico se quedó un momento pensativo, observando a Owen fijamente, y este solo pudo sonreír incómodo.

Sabía que se parecía a su hermano. De hecho, siempre los confundían. Era algo que le sacaba de sus casillas. Pero, como siempre, no se veía en la posibilidad de hacer nada.

—Soy su hermano, Owen —tendió su mano para darle un apretón al desconocido.

—¿Erik tiene un hermano? Ja, eso no lo sabía —el chico no tomó la mano de Owen. Este, muerto de vergüenza, la retiró rápidamente.

—Pues... sí, lo tiene. Soy cuatro años mayor —jugueteó con sus manos, nervioso —. Pero no... bueno, sé que no habla mucho de mí, yo...

—¿Y vienes mucho por aquí? —le interrumpió, haciendo que Owen se sintiese nuevamente asfixiado.

—Eh... No, de hecho es... es la primera vez que vengo —notó que la voz le temblaba. Mierda, todo su cuerpo temblaba. Estaba muerto de miedo. ¿Por qué era tan difícil hablar con la gente? Erik lo hacía bien, ¿por qué él no?

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