Capítulo 24

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—¿Te vas? —la voz de Erik sonó dolida. Ella, mejor que nadie, conocía aquel tono.

—Mi padre ha decidido llevar la empresa de nuevo a España, así que...—Helena intentó justificarse, aferrando con fuerza el teléfono.

—Pero no puedes irte justo ahora. Yo... Eres mi mejor amiga, te necesito aquí.

—Sabes tan bien como yo que no puedo hacer nada. No puedo quedarme aquí, tampoco—suspiró suavemente, cambiando el teléfono de una oreja a la otra—. Por favor, Erik. Esto también es difícil para mí...

El chico no tardó mucho en darse cuenta de lo egoísta que estaba siendo, así que cerró los ojos, tomó una profunda bocanada de aire, y trató de calmarse. Eran momentos como aquel en los que más racional debía ser, y desde luego no había empezado con buen pie. Volvió a sentarse en la cama, balanceando suavemente los pies y mirando fijamente el suelo.

—¿Me prometes que me llamarás todas las semanas?

—Y todos los días si hace falta, ¿de acuerdo? —Erik sonrió, estirándose en la cama.

—Me parece justo—hubo otro silencio, denso, y después continuó hablando—. Te quiero mucho. Y te echaré muchísimo de menos—pudo escuchar la suave risa de la chica.

—Yo también, a las dos cosas—volvió a reír, mirando por el rabillo del ojo las señas que le hacía su padre—. Tengo que colgar ya. Hablamos más tarde.

—De acuerdo. Adiós—dejó que Helena colgara y se quedó un rato más con el móvil pegado a la oreja, mirando el techo.

Suspiró pesadamente y cerró los ojos. ¿Por qué seguía sintiéndose tan inquieto? Desde aquella discusión con Björn, hacía ya casi dos semanas, no había vuelto a sentirse bien. Y sentía tanta rabia... Una rabia incontrolable que debía sacar de alguna manera. No sabía, tampoco, de dónde venía exactamente. Pero ahí estaba. Mucha, mucha rabia. Tanta, que empezaba a ahogarse en ella. Bajó de la cama y rebuscó debajo de esta hasta dar con una botella de Jägermeister. No sabía qué hacer, se aburría, así que empezó a beber. El licor, que era fuerte, no tardó en hacerle efecto.

Se miraba en el espejo, sin camiseta, botella en mano, repasando con la yema de sus dedos las marcas que habían quedado de la noche con Kevin. Se sentía extraño respecto a ello. No estaba orgulloso del camino que había escogido, pero tampoco se sentía avergonzado. En otras circunstancias, y con menos licor en las venas, se habría consumido en arrepentimiento. Le dio otro trago a la botella y cerró los ojos, balanceándose como un péndulo al ritmo de la música que salía de su teléfono. Iba a darle otro trago, aún con los ojos cerrados, cuando alguien le arrebató la botella.

—¿Qué es esta porquería? —la voz de Owen le hizo abrir los ojos—. Erik, eres menor de edad, no deberías estar bebiendo alcohol.

—Y tú tienes veintidós años, no deberías ser virgen aún. Pero mira, aquí estamos.

Owen frunció el ceño al escuchar aquello. De nuevo atacaba en aquel punto. Erik intentó recuperar la botella, pero sus torpes reflejos no se lo pusieron fácil.

—Si papá se entera de que guardas licor en tu habitación se va a enfadar muchísimo.

—Owen, sabes que me importa una mierda lo que piense papá—de nuevo intentó recuperarla, apoyándose en el pecho de su hermano.

—¿Y lo que piense mamá? —Erik no contestó, aunque siguió intentando alcanzar la botella—. Ella también se enfadaría, y estaría muy preocupada. De hecho, está muy preocupada. Por todo lo que estás haciendo.

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