Capítulo 11

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Después de unas cuantas horas por fin fue el momento de que Erik volviera a casa, sin cargos ni multas, tal y como se había acordado. Subió al coche patrulla y Ted lo llevó personalmente hasta su hogar. La despedida fue seca y rápida, y antes de que el policía pudiera darse cuenta Erik ya estaba en casa y la puerta cerrada. Ted se tomó un momento para suspirar tendidamente, arrepintiéndose de lo que había pasado. Levantó la vista y pudo ver a Owen por la ventana de su habitación, estudiando. Sí, si tan solo Erik pudiera ser un poco más como su hermano... Volvió a suspirar, esta vez más suavemente, y dio media vuelta para volver a la comisaría.

Erik llegó a su habitación y rápidamente cerró la puerta. Todo estaba como lo había dejado, incluso el cuaderno de dibujos seguía sobre la cama. Se acercó y ojeó un poco los bocetos vagamente hechos.

Amaba dibujar y pintar.

Lo amaba puede que incluso más que el dinero, y eso era mucho decir. Y su sueño, sin duda alguna, era llegar algún día a estudiar bellas artes. Pero, claro, eso no podía ser. Su padre se encargó de dejarle muy claro que debía hacer la carrera de medicina, esa y ninguna más. Owen había pasado por lo mismo, y debió dejar la música para estudiar derecho. Pero no. Él no era Owen, y no se dejaría llevar por los deseos de su padre. Era algo que tenía muy claro. Y le costase lo que le costase acabaría en bellas artes. Entonces, le recordaría a Owen que era un cobarde por dejar atrás lo que más amaba.

Se acomodó mejor en la cama y siguió viendo los bocetos del cuaderno. Cada uno de ellos significaba algo, un sentimiento, una emoción, un recuerdo... Y llegó, precisamente, a un recuerdo que le hizo congelarse.

Ese recuerdo...

***

Aunque Erik intentaba ubicarse, inclinándose hacia delante y apoyándose sobre la guantera, solo podía ver el pedazo de carretera que iluminaban los faros del coche. La luz tenue de la luna, casi desaparecida del cielo, tampoco le ayudaba. Ni Jace, que con la premisa de darle una sorpresa no había dicho ni media palabra desde que cogieron el coche. Sabía que habían salido de Manhattan porque había visto las señales de la autopista, pero no entendía muy bien para qué le estaba llevando al bosque. Las sorpresas tampoco le gustaban. Pero por mucho que había insistido Jace se había mantenido impasible, sereno, asegurándole que se lo pasarían bien si se dejaba llevar. Ciertamente, Erik empezaba a sentirse algo nervioso. Pero Jace era su novio. Era su pareja. Y confiaba en él.

¿Puedo al menos llamar a mis padres? Para decirles que voy a llegar tarde—habló un poco apurado, viendo en el reloj de su teléfono que ya pasaban de las ocho y media.

—Tienes que relajarte, cariño.

Jace siempre le hablaba con un tono acaramelado peculiar, como si se estuviera burlando de él. A Erik no le hacía gracia, pero las pocas veces que se lo había comentado el chico había saltado de vuelta, ofendido. Así que ahora simplemente callaba. Siempre callaba. Después de todo era la primera pareja que tenía. Le había dado tantísimo. No podía perderle.

Suspiró suavemente y miró por la ventana, pero nada. Seguía sin poder ubicarse. Tampoco ayudaba que llevase apenas cuatro meses en Estados Unidos. Siempre se sentía perdido.

Se giró hacia Jace y se lo quedó mirando en silencio un momento. Repasó sus facciones con la mirada, lentamente, saboreando el momento. Era solo un año mayor que Erik, pero parecía mucho más maduro.

—Qué guapo que eres—comentó con una sonrisa pequeña, sintiendo que se le encendía el pecho cuando Jace se la devolvió.

Pero no le contestó. Se mantuvo otra vez callado, atento a la carretera iluminada por las luces largas, que parecía no acabarse nunca.

SugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora