Capítulo 8

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El tiempo se había detenido. Erik, sorprendido, intentaba asimilar por qué estaba aquel joven ahí y, además, por qué le miraba de aquella manera. Björn, por su parte, debía inventar alguna rápida excusa para justificar la presencia del menor. Y Harald, que sabía de sobra lo que había pasado, se divertía intimidando al adolescente.

—Erik, él es mi hijo, Harald.

Si antes ya estaba sorprendido, ahora todavía más. Alzó las cejas y le miró con incredulidad. ¿Por qué no le había dicho que tenía un hijo? Se sentía engañado. Ni siquiera tenía derecho a sentirse así, pero lo hacía. Frunció el ceño y sujetó con fuerza la bolsa.

—Y supongo que también tendrás una mujer en alguna parte—escupió de forma ácida, y vio por el rabillo del ojo cómo Harald se aguantaba para no reír.

—No, no—negó rápidamente, cerrando los ojos—. Ex mujer—aclaró, pensando que de alguna manera aquello arreglaría un poco la situación.

Erik respiró pesadamente, clavando la mirada en ambas personas. Él no quería formar parte de algo así, las cosas no eran como las había imaginado. Y eso le cabreaba de sobremanera.

—Oye, papá, este es muy mono. Deberías enseñarlo más a menudo.

Y tras aquellas palabras, Erik pensó que ya había tenido suficiente. Caminó decidido en dirección al hijo del empresario y con toda la rabia contenida le dio un golpe con el hombro para apartarlo de su camino.

—No soy un trofeo—dijo, alto y claro, y salió de la suite dando un portazo.

—Joder, qué mala ostia tiene...—murmuró fastidiado el joven, mirando la puerta mientras se sobaba la zona golpeada.

Björn, ni corto ni perezoso, dejó caer un golpe en la nuca de su hijo. Y este, de nuevo, se quejó.

—Tienes diecinueve años, compórtate.

Mientras, Erik bajaba en ascensor hacia la planta baja. Y en la intimidad de aquel pequeño espacio empezó a patalear y a gruñir de la rabia. Cuando las puertas se abrieron salió con paso acelerado y rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar un cigarro. Sentía que si no lo fumaba iba a reventar, así que eso hizo.

***

—¡Tiene un hijo! —gritó lleno de frustración, dejando con un fuerte golpe el botellín de cerveza sobre la mesa de madera.

Se encontraba en casa de Helena, en el jardín. Hacía un día soleado, por lo que habían decidido pasar aquella mañana en la piscina. Aunque, bueno, Erik no sabía nadar. Relajado en la tumbona disfrutaba de una fría cerveza mientras su amiga se daba un chapuzón. Los padres de la chica estaban trabajando, por lo que a parte de los de la limpieza y el ama de llaves, se encontraban solos. La joven se impulsó con los brazos para salir de la piscina y se acercó al chico, dándole un trago a la cerveza.

—A ver si lo he entendido—empezó—. Conociste a Björn hace... ¿un mes? Más o menos. Entonces follasteis a cambio de dinero—Erik asintió—. Y ayer volvisteis a quedar—de nuevo asintió­—. Y te enteraste de que tiene un hijo y está divorciado.

—¡Exacto! —exclamó, alzando los brazos.

—No es tan grave—Helena soltó, tranquila, sentándose al lado de su amigo.

—¡¿Que no es tan grave?!

—No, no lo es—siguió, sin alterarse por los gritos de Erik—. Está divorciado, ¿no? Entonces no está engañando a nadie. Y por favor, tiene cuarenta y seis años. ¿Esperabas que aún fuera virgen o algo? —Erik suspiró, dejando caer los hombros—. ¿Sabes lo que necesitas? Salir con los chicos. He oído que Kevin te echa de menos.

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