Capítulo 32

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Erik abrió la puerta con la copia de la llave que Björn le había regalado por Navidad, y se adentró en la suite con cautela. Eran cerca de las once de la mañana y de no ser por el frío que hacía, habría seguido dando vueltas por la calle. Pero sus manos empezaban a doler y decidió volver a algún lugar cálido donde sentirse seguro. En aquellos momentos, el piso de Björn era la única opción. No sabía todavía el qué, pero había algo de estar con aquel hombre que le calmaba. Quizá porque él, mejor que nadie, entendía el espacio que Erik necesitaba y le dejaba tranquilo, a su ritmo.

Por eso se sorprendió tanto al encontrarse a Owen, sentado en el sofá junto a Björn y tomando una taza de té. A juzgar por los gustos de su hermano, sin azúcar. De fondo, la televisión con el canal de noticias. Sus miradas no tardaron en cruzarse, y Owen adoptó un rostro sorprendido. Dejó la taza de forma torpe, casi derramando el té, y se levantó rápidamente.

—¡Erik! Menos mal que estás bien, me tenías tan preocupado—se le echó encima y el chico aceptó el abrazo un poco incómodo. Quería mucho a su hermano mayor, pero a diferencia de Björn, Owen no entendía muy bien lo del espacio personal, o la privacidad.

—Me estás agobiando un poco...—susurró, intentando no sonar desagradecido, pero queriendo sacárselo de encima. Owen tardó un poco, pero acabó apartándose.

—Erik, ¿por qué no has contestado las llamadas de tu hermano? —el tono de Björn era severo, y no lo culpó. A fin de cuentas tenía razón.

—Lo siento, Owen. No me apetecía hablar con nadie así que puse el móvil en silencio...—agachó la cabeza y se dejó sobar un poco más por su hermano. A pesar de que no le gustaba que invadieran su espacio vital, entendía que después de un susto así Owen necesitaba contacto físico, para confirmar que todo estaba bien. Que él estaba allí, a su lado. Sano y salvo.

—No pasa nada, no te preocupes—le besó la cabeza—. Ay, menos mal que estás bien, menos mal... Pero mírate, estás helado. Anda, ven aquí—lo guió hasta la calefacción y le puso su chaqueta encima—. ¿Quieres que nos vayamos a casa? Puedo pedir un taxi si lo prefieres, tengo dinero de sobra.

Erik volvió a agachar la cabeza y se frotó las manos, intentando entrar en calor y controlar sus nervios.

—¿Te... enfadarás si te digo que no? —Owen, confundido, cruzó miradas con el empresario. Este se mantuvo formal, sin intervenir. Erik se mordió la lengua y suspiró suavemente, mirando a través de los ventanales sin levantar mucho la cabeza—. Es que... Cuando estoy aquí tengo menos pesadillas y... me cuesta menos. Todo me cuesta menos.

—Claro, lo entiendo...—dijo con tacto, a pesar de que, en realidad, no lo entendía. Él también se sentía a gusto estando con Ted. Pero su casa era su casa, y nunca dejaría de serlo—. Le diré a papá y a mamá que estás bien, que estás... en casa de un amigo del instituto, ¿te parece bien? —Erik asintió—. Entonces... me voy ya. Descansa, ¿de acuerdo?—volvió a besarle la cabeza y pasó por delante de Björn, recogiendo el gorro que había dejado en el sofá—. Confío en que cuidarás bien de mi hermano—le susurró, contundente.

—No te preocupes, Erik estará bien—le sonrió suavemente y le estrechó la mano—. Espero volver a verte pronto.

—Igualmente—se puso el gorro y salió de la suite, cerrando la puerta con cuidado.

Una vez los dos solos Erik se desinfló con un largo suspiro y se dejó caer sobre el sofá, buscando el calor del empresario. Este lo arrulló en sus brazos con dulzura, y dejó que el joven se acomodara.

—Menuda fiera de hermano tienes—comentó en un tono divertido, haciendo sonreír suavemente a Erik—. Deberías haberlo visto cómo ha llegado, por poco me arranca la cabeza al ver que no estabas aquí... Menos mal que con el té se ha calmado—dejó un momento de silencio antes de seguir hablando, comprobando que Erik estaba cómodo—. ¿Y... a dónde has ido?

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