Navidad estaba peligrosamente cerca, y Erik podría haber jurado que fuera hacía tanto frío como en el Polo Norte. Las nevadas habían sido constantes desde principios de diciembre, y sabía —ahora por experiencia— que el paisaje blanco duraría hasta mediados de marzo. Se estaba acostumbrando al frío, pero no podía decir que no le molestaba. Cuando las carreteras se congelaban y no podía salir de casa, o cuando su teléfono móvil se apagaba por las bajas temperaturas. Lo único bueno que sacaba de todo aquello, es que nunca había estado tan a gusto bajo las sábanas.
Y tener a Björn sobre él, haciéndole el amor, lo hacía todo muchísimo mejor.
Se sujetó al cuello del mayor y se incorporó un poco para besarle. Le gustaba la manera en la que los jadeos de Björn le cosquilleaban los labios, y sus embestidas acompasadas y profundas, como un oleaje golpeando las rocas de la costa. Erik en algún momento pensó que no podría volver a disfrutar del sexo, pero eso había sido hace mucho, mucho tiempo. Ahora, solo podía pensar en lo mucho que brillaban los dos pedacitos de hielo de Björn cuando le miraba fijamente a los ojos. En cómo esbozaba una tierna sonrisa cada vez que conseguía arrancarle un gemido. En su cuerpo, grande y suave, sin músculo definido pero firme, arrullándolo con calma y cuidado a un éxtasis delicioso. Sin nada más en el universo que su deseo y su placer.
El clímax de ambos lo separó apenas unos segundos. Cuando Björn acabó, con arremetidas lentas y profundas, soltó un larguísimo suspiro y se dejó caer sobre el cuerpo del menor. Erik besó allá donde alcanzaba, sobre la sien y la mejilla, mientras con una mano acariciaba el blanco y alborotado cabello. El mayor se dejó llevar por las caricias, cerrando los ojos y dejando el cuerpo laxo. Erik siguió besando, inclinándose para alcanzarle más, y bajó la mano hasta la nuca.
—¿Lo hacemos otra vez?
Björn se rió, un poco adormilado.
—Cariño, dame un respiro... Ya no tengo tu energía.
Erik no dijo nada. Siguió acariciando su cabello. Algo malo tenía que tener salir con un hombre mayor. Le dio un par de besos más y movió el cuerpo de Björn para liberarse. El aire entró bajo las sábanas, helándole el cuerpo, pero el rugido de su estómago le hizo bajar de la cama.
—Entonces voy a hacer el desayuno, me muero de hambre.
—Espera, espera, ven aquí—Björn le atrapó la muñeca y le hizo inclinarse sobre la cama, devolviéndole algunos besos—. Te quiero mucho...
A Erik le encantaba oír a Björn decir aquello. Porque siempre, cada una de las veces, no importaba cuánto se lo hubiera dicho ya, sentía un cosquilleo en el estómago y una sensación cálida recorrerle el pecho.
—Yo también te quiero—le susurró, besando su nariz—. Mucho—se separó solamente para verle sonreír. Cuando lo hacía se le marcaban un poco más las arrugas, pero Erik creía que aquello lo hacía aún más atractivo—. ¿Quieres unas tostadas y un café?
—Por favor.
El irlandés se movió rápidamente al armario y sacó ropa cómoda y calentita, se ducharía después de desayunar.
—De acuerdo.
Le mandó un beso con la mano antes de salir de la habitación y caminar a paso rápido hasta la cocina. La casa también estaba helada, así que de camino encendió la calefacción. Puso la máquina de café a trabajar, el pan en la tostadora y la taza con leche en el microondas. No le gustaba el café, y nunca acabó de coger la costumbre de tomar té para desayunar, así que una buena taza de leche con cacao era la mejor opción. Sopló sobre la bebida suavemente al sacarla del microondas, viendo el vapor bailar en el aire, y le dio un pequeño sorbo a modo de prueba. Estaba aún demasiado caliente para su gusto, aquel microondas era difícil de controlar. Se apoyó contra la mesa y observó por la ventana.
ESTÁS LEYENDO
Sugar
Romance《-¿Alguna vez has sentido que, por mucho que lo intentes, nunca conseguirás hacer las cosas bien? -Constantemente...》 Erik estaba dispuesto a llevar su vida, y todo lo que le rodeaba, al límite. Quizá fue aquello lo que hizo que se diera cuenta dema...