Capítulo 44

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Nevaba. Apenas había empezado el mes de diciembre y ya caía la primera nevada. A Erik no es que le gustara especialmente la nieve, pero tampoco le desagradaba. Al menos al principio. Después, cuando los días de nieve empezaban a acumularse, comenzaba a estar harto de ver caer los copos del cielo, de las aceras sucias y los atascos en coche.

Aquel año sería diferente, porque en ese centro no tendría que preocuparse ni de las aceras ni de los atascos. Y, de momento, ver caer la nieve le parecía agradable.

Elín llegaba algo tarde, como de costumbre. Tampoco era algo que le irritara especialmente. Sabía que algunas personas veían la impuntualidad como un crimen merecedor de pena capital, pero para él era simple humanidad. Los humanos son impuntuales, por naturaleza. Así que mientras esperaba que la psiquiatra llegase, se entretuvo mirando cómo caía la nieve desde la ventana, y cómo iba cubriendo todo el jardín de blanco. Se preguntó dónde pasaría ahora su tiempo libre Nanna. Al menos mientras estuviera en el centro, porque ahora que estaba casi recuperada del todo pasaba mucho tiempo fuera de permiso.

—Hola, perdón por la espera—Elín entró en el despacho a paso inquieto, dejando un par de carpetas en el escritorio y girándose hacia la estantería para buscar el informe de su paciente—. ¿Qué tal? ¿Has dormido bien? Me han dicho que hoy en el desayuno había tortitas, qué suerte.

Al chico le estresaba un poco que la mujer siempre tuviera tanta energía, pero trató de seguir su ritmo tanto como le fue posible.

—Sí, estaban buenas. Pero me he quedado con hambre. Podrían haberme puesto una más al menos—la mujer se rió y acabó de sentarse, apuntando algunas cosas con el bolígrafo que siempre guardaba en el bolsillo de su bata.

—¿Y qué tal las pinturas que te traje?

—Muy bien, son de buena calidad—Erik le devolvió la sonrisa, entusiasmado por el tema de conversación—. Ya he pintado algunas cosas, pero no estoy muy inspirado y no me han quedado bien. ¿Pero las pinturas? De maravilla. Mejores que las que tenía en casa—se acomodó mejor en la silla y volvió a mirar por la ventana—. He estado pensando—esperó a que Elín levantara la vista del papel y la posara sobre el chico—. He estado pensando sobre el amor.

—¿El amor? —Erik asintió, relajando un poco los músculos.

—Sí, el ejercicio que hicimos en la primera terapia grupal me ha hecho pensar mucho sobre el amor estos últimos meses—bajó un momento la mirada a sus manos, jugueteando un poco con ellas, y siguió hablando—. No era consciente de que podía querer tanto a tanta gente y de formas tan distintas. De hecho, hubo algún momento en el pasado que creí que no sería capaz de amar a nadie, nunca más—se rió un poco—. Qué dramático...

—Bueno, distintas situaciones nos hacen pensar distintas cosas, y percibimos la realidad en función a lo que hemos vivido. No tiene nada que ver con ser dramático.

Erik se encogió de hombros.

—¿Sabes quién me hizo darme cuenta de que sí que podía amar? Björn—esbozó una suave sonrisa, pensando un momento en el hombre—. Al principio de nuestra relación era un poco frío, pero a medida que pasaba el tiempo fue volviéndose más y más dulce. Como un enorme algodón de azúcar—soltó una pequeña carcajada, viendo cómo Elín también sonreía—. Y con cada cosa que hacía, cada gesto que tenía conmigo, era como si me diera un poco de su azúcar. Y mi vida empezó a ser un poquito más dulce también.

—Hey, eso es interesante. El azúcar podría ser una metáfora para el amor—la mujer le interrumpió un momento, y Erik se quedó pensativo.

—Sí, podría ser. Un poco cursi para mi gusto, pero supongo que tiene sentido—volvió a reír, echando la cabeza un poco hacia atrás—. Pues yo no quería azúcar, ¿sabes? Me cerré en banda en cuanto me di cuenta. Ni azúcar moreno, ni azúcar glass, ni caramelos ni dulces. No lo quería, no podía aceptarlo. No quería el azúcar que me daba Björn, ni el que me daba mi familia, ni mis amigos.

SugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora