Aún era noche cerrada cuando Erik despertó. La habitación que tan bien conocía estaba en penumbras, y la fría luz de la luna que entraba por la ventana recortaba la silueta de algunos objetos. Hacía mucho frío, y el vello se le erizó en cuanto dejó su piel expuesta, lejos de la protección de las sábanas. El ventanal estaba suavemente empañado, dando la sensación de que toda la ciudad estaba sumida en una ligera neblina.
El chico se levantó de la cama y se vistió rápidamente, intentando entrar en calor. Todo estaba muy tranquilo, Björn no estaba allí, y lo único que sus oídos podía percibir era el suave murmullo de la ducha, en la otra punta del pasillo. Se frotó los brazos, suspirando, y salió de la habitación. Anduvo por el pasillo a paso tranquilo, intentando no romper la calma que se había apoderado de todo el dúplex, llegó a la puerta del baño y llamó suavemente con los nudillos.
—Björn, ¿estás ahí? —como era de esperar, no recibió ninguna respuesta. Esperó un poco antes de volver a golpear la madera—. Björn.
El agua seguía cayendo, y sintió la puerta cálida. Con cuidado la abrió, y una espesa nube de vapor se le echó encima. Por un momento sintió que se asfixiaba, pero entró en el baño y cerró la puerta para que no se fuera el calor. Había tanto vapor que apenas se podía ver lo que había delante, pero al menos ya no tenía frío. La luz era clara, cálida, y se colaba entre el vaho. Avanzó un poco, con calma, y se quedó mirando el espejo empañado. Desde luego, mucho más que los ventanales.
—¿No tienes el agua muy caliente? —preguntó en un tono extrañado, acercándose más al espejo y apartando con la palma de su mano el vaho.
Se arrepintió en el momento, pues al ver su reflejo tan de cerca, con los ojos hinchados de llorar y la piel mortecina, se dio asco. Dio un par de pasos atrás y esperó a que el vapor volviera a empañar, eficazmente, el pedazo de espejo que había destapado. Se apoyó en la pica y se tomó un momento para respirar, tranquilizándose. El sonido del agua, casi terapéutico, le ayudó a calmar su corazón.
—Bueno, podrías contestarme al menos, ¿no? —habló ahora un poco molesto, acercándose a la humeante ducha y apartando de un tirón las cortinas.
Pero no fue a Björn quien encontró bajo las ardientes gotas de agua.
El cuerpo sin vida de George yacía sobre las baldosas de la ducha. Con ojos grises, mirada muerta, perdida. La piel blanca como la nieve, por la que el agua caía, empapándole. La ropa sucia, llena de sangre. Sangre que teñía el agua y se escapaba por el desagüe. Erik sintió que en aquel momento se le paraba el corazón de golpe. La angustia se había aferrado con tanta fuerza en su garganta que no podía ni gritar. Intentó retroceder, pero las fuerzas le fallaron y acabó cayendo al suelo. Los ojos se le llenaban de lágrimas, empañándole aún más la vista, dejándole prácticamente ciego. Los sollozos, afónicos, rotos, escapaban como podían de sus labios.
Empezó a arañarse el cuello. Intentando, de alguna forma, conseguir respirar. Pero no podía, no podía. La mirada de George se clavaba sobre la suya y sintió que en cualquier momento se le echaría encima.
Y seguía sin poder respirar.
Iba a morir. Ya está. En aquel momento iba a morir. Cerró los ojos con fuerza, sollozando de forma entrecortada, sintiendo cómo la saliva se escapaba por la comisura de sus labios. El sonido del agua cayendo, que tan relajante le había parecido, ahora le taladraba la cabeza. Aunque el ruido empezó a cambiar. Hizo un esfuerzo por abrir los ojos y entre todo el vapor, y el miedo, pudo ver cómo de la ducha empezaban a caer pastillas. Las reconoció rápido, eran sus tranquilizantes. Las píldoras caían sobre el cuerpo de George, como habían hecho las gotas antes, y empezaban a amontonarse en el suelo de la ducha. Cada vez más, y más, y más. Apenas caía agua ya. Todo eran pastillas. Y más. Y más. Si seguían cayendo de aquella manera pronto llenarían el baño entero.
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Sugar
Romance《-¿Alguna vez has sentido que, por mucho que lo intentes, nunca conseguirás hacer las cosas bien? -Constantemente...》 Erik estaba dispuesto a llevar su vida, y todo lo que le rodeaba, al límite. Quizá fue aquello lo que hizo que se diera cuenta dema...