Capítulo 48

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[Eeeeeeyyyy vuelvo a subir este capítulo porque wattpad me la ha liado. Puse algunos dibujos al final del capítulo, entre ellos dos de Owen y Ted intimando... you know. Y al parecer a wattpad no le ha hecho mucha gracia y ha quitado las fotos (además de joder todo el capítulo porque salía todo con signos extraños, en fin...) He decidido volver a colgarlo sin esos dos dibujos. Así que si queréis ver esos dos dibujos tendrá que ser en mi cuenta de instagram, a la que podéis acceder desde el link en mi perfil, o mi cuenta de twitter para dibujos +18 que es "valta_nsfw"

Gracias y espero que os guste el capítulo]


Era Lunes, y para Erik eso solo significaba una cosa.

Nanna volvía de su fin de semana de permiso.

Sabía que era egoísta pensar así, sabía que no estaba bien alegrarse porque su amiga tuviera que volver a aquel centro. Pero se sentía tan solo allí dentro, y la echaba tanto de menos, que se permitió dejar de lado la moral y levantarse con una sonrisa. Durante el sábado había estado pintando un cuadro inspirado en ella, y no podía esperar a dárselo. Se duchó rápido, desayunó con energía y esperó pacientemente a que la rubia apareciera por la puerta principal.

Para Nanna la mañana fue muy distinta.

Aún no había amanecido cuando despertó, su reloj marcaba las siete. Suspiró pesadamente y dio un par de vueltas en la cama. No quería levantarse, ahora mismo era lo que menos quería en el mundo. Se quedó un rato más bajo las sábanas hasta que alguien llamó a su puerta.

—¿Nanna? —pudo reconocer la voz de su madre, que acto seguido abrió la puerta lentamente—. ¿Estás ya despierta?

—Casi...—su voz sonó ronca, y la mujer rió suavemente.

Se acercó a paso más ligero, apartándole los rizos de la cara y dejándole un suave beso en la mejilla. La chica sonrió un poco, pero siguió enredada en las sábanas.

—Venga, cariño, tienes que levantarte. Hay que irnos.

La sonrisa se le esfumó rápido con aquellas palabras, pero empezó a incorporarse en la cama, frotándose los ojos con fuerza. Su madre entonces se fue de la habitación, dejándola sola, y Nanna empezó a desperezarse. Se levantó, hizo un poco la cama y se fue directa a la ducha. Tardó un poco en salir, porque el agua caliente cayendo sobre sus hombros era demasiado hipnotizante. Pero cuando lo hizo, y salió a por una toalla, se vio un momento en el espejo. Sintió un ligero pinchazo en el pecho y apartó la mirada casi como si quemase, envolviéndose rápidamente con la toalla. Después de todo este tiempo la disforia seguía sin desaparecer. Ella sabía que nunca lo haría del todo, pero al menos había empezado a aprender a controlarla. Recordó las palabras de su psiquiatra y le devolvió la mirada al espejo con valor. Se deshizo de la toalla con cuidado y miró su cuerpo. Y sonrió. Tenía un cuerpo bonito, por supuesto que sí. No había nacido en ningún cuerpo equivocado ni nada de eso. Ese era su cuerpo, era el cuerpo de una chica, y tenía que quererlo y cuidarlo. Su pecho se sintió mucho más ligero después de aquella reflexión, y siguió secándose tranquila.

Bajó a desayunar cuando el reloj marcaba las ocho y cuarto, después de haber estado un buen rato peleándose con su cabello indomable. Al final, como siempre, le había quedado una melena de rizos de oro que podría deslumbrar a cualquiera. Se sentó en la mesa, se sirvió dos tostadas y comió lentamente mientras escuchaba a su padre hablar de todo lo que tenía que hacer hoy en el trabajo. No quería decir nada, pero se le hacía gracioso verle quejarse de cosas tan insignificantes.

—Bueno, que llego tarde—exclamó después de mirar su reloj de muñeca, y se acercó a su hija para darle un estrecho abrazo—. Nos vemos pronto, te quiero.

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