Capítulo 4

7.5K 605 117
                                    

Cuando Björn volvió a su dúplex, después de dejar a Erik en su casa, todavía era de día. Dejó las llaves en la mesita que había en el recibidor y lanzó su chaqueta sobre el sofá, soltando un suspiro. Se aflojó la corbata mientras echaba un vistazo al reloj de pared y decidió que, para la hora que era, no valía la pena bajar a la oficina. Se desplomó en el sillón con otro cansado suspiro y se quedó mirando fijamente la radio que había conseguido reparar. Era vieja, todavía recordaba el día que la pudo comprar, una fría mañana de Febrero, de 1983, o quizá 84. Acababa de cobrar la primera paga de su vida, por la cual había estado seis semanas echando folletos publicitarios en las casas de Reikiavik. Fue duro, pero cuando entró en aquella tienda y vio todo lo que podía comprarse solo pudo pensar en una cosa.

Había valido la pena.

Escogió aquella radio por dos razones principales. Una, porque no era excesivamente cara, de forma que después podría ahorrar lo que sobrara. Y, además, su calidad no era mala. Y dos, era azul. El azul era su color favorito.

Sonrió de forma inevitable al recordar todo aquello, y no se resistió a encenderla. Rodó la ruedecilla hasta que cogió señal y pronto empezó a escuchar las voces de dos locutores hablando. El sonido, comparado con las radios modernas, era de poca calidad. Pero eso no le importaba. De hecho, ni siquiera estaba prestando atención a lo que los locutores decían. Seguía mirando el aparato, acariciando los desperfectos que habían aparecido con los años. Y así estuvo durante unos largos minutos, hasta que se dio cuenta de que estaba perdiendo el tiempo con una estupidez y apagó la radio, volviéndola a dejar donde estaba. Se levantó del sillón y acabó de quitarse la corbata medio aflojada, dejándola sobre su chaqueta. Llamó a su cocinero para que le subiera solomillo a la pimienta con algunas patatas al horno, era un plato sencillo, pero le encantaba.

La vivienda estaba silenciosa, pero eso ya le parecía bien. Suficiente ruido tenía con los coches que se escuchaban de fondo, como un murmullo. Se cepilló los dientes, se desvistió y se metió entre las sábanas, acurrucándose en ellas para no tener frío. Fue en ese momento en el que recordó al chico con el que había estado, y lo mucho que se había divertido. Desde luego, era un niño de lo más travieso... Pensar tanto en él hizo que de repente se sintiera algo acalorado, y con calma bajó su mano derecha a su entrepierna.

Al final sí cumpliría la promesa que le había hecho. Después de todo, en aquel momento no podía pensar en otra persona.


***


Al día siguiente fue la alarma la encargada de despertarle, y Björn la apagó de un manotazo para nada amigable. El sueño que cargaba sobre su espalda era ya insoportable, y sin embargo se obligaba a sí mismo a seguir yendo cada mañana a su oficina. Aunque una cosa estaba clara: quien mejor podía administrar su empresa era él mismo, y no dejaría que nadie más metiera sus manos en aquellos asuntos. Así pues, hizo un esfuerzo sobrehumano y se levantó de la cama, arrastrando los pies hasta el baño y metiéndose bajo la ducha para intentar disipar la modorra.

No tuvo mucho éxito, así que después de ducharse se dirigió a la cocina arrastrando los pies de la misma manera y con los hombros caídos. Tal y como se lo esperaba, sobre la mesa estaba ya preparado su desayuno, así que solo tuvo que sentarse y comer. Lo hizo en silencio, como le gustaba, como llevaba haciendo toda su vida. Y le encantaba que nadie pudiera perturbar su tranquilidad. Cuando acabó de desayunar fue a la habitación y abrió el armario de par en par, revisando todos los trajes que allí tenía colgados. Recordó por un momento la semana: Negro, azul, negro, azul, negro... Negro, el traje del día anterior había sido negro, por lo tanto aquel día tocaba un azul marino. Lo cogió y comprobó que no tenía ni una sola arruga, para seguido ponérselo mientras se miraba al espejo. Escogió una corbata verde claro, comprobando también que combinaba con el color del traje, y se peinó un poco. Pero aún faltaba una cosa.

SugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora