Capítulo 38

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Owen tenía muchas virtudes, pero el autocontrol nunca había sido una de ellas. No es que fuera alguien impulsivo, o al menos no lo era la mayor parte del tiempo, pero llegaba con bastante rapidez a su límite, y lo solía cruzar con facilidad. A veces se paraba a pensar qué tan malo podía llegar a ser aquello, ¿podría traerle problemas graves? Por el momento nada importante le había pasado, así que en la medida de lo posible intentaba ignorar el asunto, como hacía con el resto de sus problemas.

Sabía que era una actitud cobarde, pero mientras no le prestase atención no debería preocuparse más de la cuenta. Y teniendo en cuenta su frágil estabilidad emocional, no preocuparse era una prioridad.

Algo parecido le estaba pasando con los problemas que tenía con Ted, si es que se le podían llamar problemas. Estaba tan convencido de que aquello se solucionaría solo que ni siquiera quería ponerle la etiqueta de "problema". Hacerlo sería preocuparse, y no quería preocuparse. Ted le quería, ¿no? Sabía que le quería. Sino, en vez de aquello, simplemente le habría dejado. Estaba convencido de que acabaría cansándose, y como siempre volvería a llevar las riendas de la relación. Aquello no solo significaría que Owen no tendría que salir de su zona de confort, sino que Ted seguiría haciendo algo que al irlandés le gustaba tanto que ni siquiera se veía con las fuerzas suficientes de admitirlo.

Sí, le encantaba que Ted llevara las riendas. Le encantaba que fuera él el que tomaba las decisiones en la cama, que lo moldeara a placer. Le encantaba dejarse hacer. Francamente, no sabía cómo Ted no se daba cuenta. Entendía un poco su punto, todo aquello de que el silencio de Owen le hacía sentir incómodo, pero Owen necesitaba ese silencio para sentirse dominado. Si lo hablaran, quizá, podrían llegar a un acuerdo. Si Owen le contara todo esto, y Ted lo entendiera, podrían tener una vida sexual plena. Pero Owen era demasiado cobarde. Y era mucho más fácil auto convencerse de que tenía vergüenza y ya está.

Dios, empezaba a pensar que estaba enfermo...

Las vacaciones de verano habían llegado, y con ellas las buenas notas y el seguro de que, el año que viene, tenía plaza para seguir estudiando derecho. Le había costado un poco entenderlo, pero con el tiempo se dio cuenta de que no odiaba aquella carrera, sino que odiaba que le obligaran a hacerla. Ahora que la veía con otros ojos empezaba a apreciarla, y se sentía con motivación para llegar hasta el doctorado. Después de todo, ¿quién le mandaba hacer solo una cosa? Hasta ahora había compaginado bien la carrera con las clases de piano, y pensaba seguir haciéndolo.

Cuando miró el reloj vio que eran casi las cinco de la tarde, así que pensó que podría tomarse un té tardío. Su abuela siempre seguía la hora del té con rigurosa exactitud, así que aquello le traía buenos recuerdos. Se paró en la primera cafetería que encontró, cerca de Harlem, y aparcó el coche en un parking cercano. Owen iba a lo suyo, tranquilo, hasta que su mirada se cruzó con una muy familiar.

Sintió una sacudida en todo el cuerpo, sus piernas empezaron a temblar y podía notar cómo el corazón se le había puesto a mil. No, no podía ser. El chico estaba algo cambiado, un poco más delgado y con un color de pelo distinto. Pero habría reconocido aquellos ojos fugitivos en cualquier parte. Jace.

—¿Eres... el hermano de...?

El chico estaba visiblemente afectado por aquel encuentro. La última vez que se vieron fue en el juicio, hacía ya casi cinco años. En su mirada se podía adivinar una chispa de vergüenza, pero no mucho más. Su lenguaje corporal, por otra parte, solo denotaba sorpresa.

—¿Qué coño haces aquí?

Owen habló alto y claro, con la voz dura, seca, y llena de dolor. Algunas personas le prestaron atención de reojo, sin mucho interés. Pero poco le importaba. Volver a ver aquellos ojos le había encendido en ira, y por un momento se olvidó de respirar.

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