Capítulo 15

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—Tu madre dijo que estarías aquí solo unos días y llevas casi dos meses—la voz de Björn sonaba cansada, como si el hecho de tener a su hijo allí realmente le fastidiase.

—Ya te lo he dicho, papá. Las cosas se complicaron y tuve que quedarme más tiempo. Pero te juro que mañana me voy.

—Confiaré en ti, otra vez...—Harald rodó los ojos y miró atento los movimientos de su padre. En cierto modo entendía que quisiera tener el apartamento libre para traerse a aquellos chicos. Pero, joder, él era su hijo.

—¿Has pedido ya hora en el restaurante? —preguntó, levantándose del sofá y revisando su teléfono.

—¿Qué restaurante?

—Vamos, no me digas que no lo recuerdas...—de nuevo estaba rodando los ojos—. Prometiste llevarme al menos una vez a cenar cada vez que nos viéramos. Ya sabes, pasar tiempo como padre e hijo y todas esas gilipolleces que favorecen tu imagen.

—Joder...—Björn se llevó las manos a la cara, frotándosela—. Harald, tengo mucho trabajo. ¿No puede ser mañana?

—Mañana me voy, ya te lo he dicho—guardó su teléfono, mirando fijamente a su padre.

—Bueno, ¿y... y qué pasa si por esta vez no lo hacemos? ¿Eh?

—Pero es una promesa—el joven insistió, caminando hacia el empresario.

—¡Joder, Har, que no tienes cinco años! Los adultos rompen promesas, será mejor que te vayas acostumbrando—dio por zanjado el tema, sin ánimos de seguir discutiendo, y siguió revisando e-mails.

Pero su hijo, en vez de ignorarle, rió un poco y se apoyó en la pared, cruzándose de brazos.

—Hacía años que no me llamabas Har.

Björn dejó de inmediato de escribir en el portátil y levantó la mirada para posarla sobre la de su hijo. Se quedó en silencio un rato largo, perdiéndose en aquellos ojos claros llenos de recuerdos. Le gustase o no Harald tenía razón. Le había hecho una promesa. Y, sí, los adultos rompían promesas. Pero él no. Suspiró suavemente y se pellizcó el puente de la nariz, quedando pensativo durante unos segundos.

—Está bien. ¿A qué restaurante te apetece ir?

Harald sonrió de oreja a oreja y rápidamente le dijo uno que se moría por probar. Además, era de lujo. Las cosas de lujo siempre eran mejores. Björn hizo una rápida llamada y le dijeron que tendrían una mesa para dentro de dos horas. Sin más que hacer empezaron a prepararse para la ocasión.

***

Erik se miró al espejo fijamente. Le dolía a horrores la cabeza por la resaca, pero al menos era capaz de recordar lo que había pasado la noche anterior. Y eso significaba dos cosas, una buena y una mala. La buena es que podía decir con total seguridad que no se había acostado con nadie. La mala, que le había dicho a Owen lo de Björn.

Suspiró pesadamente y movió un poco su cuello, haciéndolo crujir. La idea de Owen dándole el sermón sobre por qué aquello estaba mal no se le antojaba ni un poco apetecible. Pero bueno, de eso se preocuparía más tarde. En aquellos momentos su problema era otro.

Su grupo de amigos había tenido problemas con otro grupo conflictivo de la ciudad. Y necesitaban dinero. Le fastidiaba muchísimo tener aquella deuda, pero sabía que ese grupo era peligroso y ni de coña quería más problemas. Sin moverse de frente al espejo empezó a vestirse. Escogió ropa elegante y a la vez provocativa, ropa que sabía que a Björn le gustaría. Se miró un momento más a los ojos, se mordió el labio inferior y se puso unas gafas de sol. Salió de casa con el mentón en alto y caminando con confianza.

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