Capítulo 25

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Cuando Erik despertó la habitación estaba en penumbra. La tenue luz de la luna le permitía adivinar qué había a su alrededor, recortando el relieve de los objetos. Notaba su ropa interior puesta, a pesar de que sabía que estaba en la habitación de Björn. Y es que si no recordaba mal, después de un par de besos tranquilos, ambos habían decidido descansar. Pensó en girarse para poder ver el rostro del mayor, quizá comprobar si también estaba despierto.

Pero algo no salió bien.

No podía moverse.

Veía sus manos frente a él, los músculos relajados. Intentó estirar los dedos pero nada. Por más que lo intentara, por mucha fuerza que hiciera, no podía moverse. Y si no podía moverse, ¿cómo era que ahora podía ver toda la habitación? De repente, podía ver alrededor. Él seguía consciente de que su cuerpo no se movía, era como si sus ojos se hubiesen despegado de él. Podía incluso verse a sí mismo, desde fuera. No tardó mucho en entender que estaba sufriendo una parálisis del sueño. No era la primera vez, pero ya hacía tanto tiempo...

Aquella situación empezó a estresarle, y volvió a comprobar si Björn estaba allí a su lado. Pero no, allí no estaba. Intentó respirar hondo, lentamente.

—De acuerdo... Tengo que relajarme, solo tengo que relajarme.

¿Pero cómo iba a relajarse si sentía que se le salía el corazón del pecho? Dio otro repaso con la vista y encontró una figura alta, negra, en la esquina de la habitación. Sintió cómo todos sus pelos se ponían de punta, y un escalofrío le recorría la columna. ¿Qué era eso? ¿O quién era? Parecía una figura humana, pero mucho, mucho más grande. Su cabeza casi tocaba el techo, y sus hombros eran anchos y gruesos. Sintió que la respiración se le detenía. Y entonces, alguien empezó a golpear la puerta.

—¿Erik? ¿Estás ahí? —era la voz de Björn, y el menor se sintió tan aliviado al escucharle.

—¡Björn, necesito tu ayuda! —gritó como pudo, ni siquiera supo si pudo realmente.

La figura empezó a moverse hacia él, con unos pasos pesados, y su pulso se disparó aún más. Tenía miedo, mucho miedo, como no había tenido en mucho tiempo. Björn seguía forcejeando con la puerta, que parecía no querer ceder.

—No puedo abrir la puerta, está cerrada por dentro—su voz parecía extrañamente calmada, lo que puso nervioso a Erik. ¿Es que no se daba cuenta que estaba en peligro?

—¡Björn! ¡Björn, por favor! —la figura llegó a los pies de la cama, y Erik sentía su cuerpo temblar. Björn seguía intentando abrir la puerta, sin mucho interés.

Y entonces, aquella masa negra se echó sobre el chico y empezó a estrangularle. Con fuerza, mucha, mucha fuerza. Erik abrió bien los ojos, muerto de miedo. Intentó volver a gritar, pero ya no podía. Sentía cómo la sangre se le subía a la cabeza, el dolor de aquellos dedos clavándose en la piel de su cuello. Se estaba asfixiando y nadie podía ayudarle. La angustia corría por sus venas, dolorosa. Intentó sacudirse, también. Quitarse aquella masa de encima. Pero seguía sin poder moverse. Tan indefenso, tan débil. De su boca ahora solo escapaban sonidos húmedos, los últimos gemidos de aire que quedaban en su cuerpo. Y su corazón seguía bombeando tan rápido, tan rápido, tan rápido.

Finalmente, despertó.

Se incorporó en la cama, mano al pecho, jadeando y cubierto de un frío sudor. Los ojos abiertos como platos, los cinco sentidos alerta, incluso puede que el sexto también. No había rastro de la figura, podía moverse. Ni siquiera era de noche... Echó un rápido vistazo al despertador, las ocho de la mañana. Björn, a su lado, empezaba a despertar algo desorientado. Sintiéndose por fin a salvo empezó a llorar como si no hubiera un mañana, sollozando con fuerza, con rabia, echando todo lo malo fuera. Björn se espabiló rápido con el llanto y fue directo a consolarle.

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