A Björn le costó alcanzar el despertador cuando este empezó a sonar estrepitosamente, arrancándolo de cuajo de un sueño. Dio varios manotazos a ciegas, esperando dar con el aparato, y una vez lo alcanzó lo detuvo rápidamente, soltando un largo suspiro y dejando caer el brazo por el borde de la cama. Se tomó un momento para volver a la realidad, con cuidado de no caer dormido nuevamente, mientras repasaba las emociones que aquel sueño le habían dejado. A medida que los segundos pasaban se iba volviendo más borroso, como si una neblina se interpusiera entre sus sueños y la vigilia, sin permitir que se solapasen. Pero aún podía recordar bien la sensación de bienestar, las risas, su madre... Cierto, había soñado con su madre. Eso también lo recordaba. Abrió los ojos y miró el despertador. Pasaba de las nueve de la mañana por apenas tres minutos. Soltó otro suspiro antes de rodar por la cama y quedar bocarriba, mirando las motas de polvo que podía distinguir flotando en el aire, gracias a la luz que entraba por la ventana. La luz. El día había salido soleado, con una luz clara y brillante. Y aun así, hacía frío. Se tapó bien con las sábanas, acurrucándose en aquel pequeño espacio de calma. No quería levantarse aún.
Pero lo hizo, claro.
Se destapó perezosamente, soltando otro largo suspiro, y puso los pies en el suelo. El frío de este, que le subió hasta la espina dorsal, le ayudó a despertarse. Se puso en pie, se abrigó bien y fue directo a la cocina. En Nueva York podía pedir que le subieran el desayuno, que le prepararan la comida y lo tuvieran todo listo cuando su alarma sonara. Allí, no. Pero tampoco era algo que le quitase el sueño. Se preparó un café, le echó casi tres cucharadas de azúcar y se apoyó en la encimera de la cocina, relajado, dando pequeños sorbos a la bebida mientras su mirada se perdía en algún punto de la pared del frente.
Echaba de menos a Erik.
Echaba de menos oír la ducha, o sus comentarios de recién levantado. Echaba de menos verlo caminar por la cocina, de allí para allá, como si se conociera la casa de toda la vida. Echaba de menos los besos en la comisura de sus labios, y las caricias sobre la nuca. Y a quién iba a engañar, también echaba de menos sus momentos de intimidad. Le echaba tanto de menos, en todos los aspectos posibles, que se le hacía casi imposible pensar que, en algún punto de su vida, el menor no había estado a su lado. Tal y como se sentía, era como si llevaran juntos una eternidad. Se sentía solo, y aquello le ponía triste. No es como si el chico se hubiese muerto y ya no lo pudiera ver más, claro. De hecho, aquel mismo día podría ir a verlo. Pero no era lo mismo. No podía sentirle tan cerca como a él le gustaría. De todas formas, pensó mientras se terminaba la taza de café, aquello era lo mejor. Erik estaba donde tenía que estar, era bueno para él, lo estaba haciendo bien. Y lo que pudiera estar sufriendo él por aquello no era más que un rebote egoísta. Debía preocuparse por Erik, aquella era la máxima prioridad.
Dejó la taza en el fregadero y se desperezó, caminando a paso tranquilo hasta la ducha. Si el café no lo había despertado del todo, el agua acabó de hacerlo. Salió del baño tiritando, caminando a paso rápido y con cuidado de no resbalar hasta la habitación, donde dejó caer la toalla al suelo y se vistió con uno de sus trajes. Volvió al baño para peinarse, guardar las cosas que había utilizado para retocarse el afeitado y echar la ropa sucia a lavar.
Cuando dieron las diez y media ya estaba listo, por lo que recogió su cartera y salió. La casa sin Erik estaba demasiado vacía, y prefería pasar sus días fuera, intentando no pensar en la ausencia del menor. Los restos de la anterior nevada empezaban a derretirse, pero las calles seguían teñidas de blanco por el momento. Cogió el coche y condujo hasta el centro de la ciudad, en busca de algo que hacer. Se suponía que debería trabajar, aunque fuera a distancia, pero hacía ya semanas que decidió que le sentaría bien un descanso. Se sentó en un banco cuando eran cerca de las doce, disfrutando de la luz que le calentaba la cara y de ver a la gente pasear por aquella calle comercial. Era sábado, por lo que el lugar estaba bastante concurrido. Desenvolvió el sándwich que se había comprado —y que posiblemente no debía comer porque estaba peligrosamente cerca de la hora del almuerzo— y le dio un primer bocado mientras con su móvil entraba en el diario digital para leer un poco qué estaba pasando por el mundo. Había muchas noticias de gente famosa haciendo cosas normales de seres humanos, que por alguna razón era algo que al resto de la humanidad le interesaba mucho. Nunca había sido capaz de entenderlo del todo, y más cuando le tocó vivirlo en primera persona. Con la llegada de Nina y de su matrimonio a su vida, llegó también una oleada de paparazzi que le contaban al mundo qué hacía, dónde, cuándo y cómo. Después, con su divorcio, empezaron a perder interés en él. Seguía siendo famoso, claro. Era millonario, su empresa era importante; la gente le conocía. Pero supuso que su vida privada dejó de tener valor en cuanto se vio libre de escándalos públicos y dejó de codearse con gente de la alta sociedad. El hecho de que fuera un simple empresario, y no un actor o futbolista también tenía parte de culpa. Tampoco es que no hubiese tenido escándalos, pero tenía un buen grupo de abogados y siempre supo tapar bien la mierda. A su ex mujer, por otra parte, no había manera de que la dejaran en paz.
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Sugar
Romance《-¿Alguna vez has sentido que, por mucho que lo intentes, nunca conseguirás hacer las cosas bien? -Constantemente...》 Erik estaba dispuesto a llevar su vida, y todo lo que le rodeaba, al límite. Quizá fue aquello lo que hizo que se diera cuenta dema...