Capítulo 24: Vidriera.

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¡Hola! Antes de empezar el capítulo, quería informarte de que hay un error bastante gordo en él, pero corregirlo supondría fastidiar una de las mayores sorpresas que Scott y Alec le dieron a Sabrae. Efectivamente, hablo del tiempo, ya que hay un baile de fechas importante: Scott nació el 23 de abril, y Sabrae, el 26, de modo que si el cumpleaños de Scott cayó en miércoles, el de Sabrae debería caer en sábado. Pero, como cuando escribí Chasing the Stars no tenía muy claro qué día eran las galas en The Talented Generation, tiré pa'lante y partí de la base de que Saab tendría clase el día de su cumpleaños. Así que... simplemente finjamos que el 24, o el 25, no existe, y que al miércoles 23 le puede seguir un viernes 26.

No te doy más la brasa, me parecía importante que lo supieras para no causarte dolor de cabeza. ¡Disculpa las molestias, y que disfrutes del cap!

Había ocasiones en las que no me cambiaría por nadie en todo el mundo, en las que adoraba mi vida y me consideraba la persona más afortunada de la Tierra, tanto por lo que sucedía a mi alrededor (las personas que me rodeaban) como por lo que sucedía en mi interior (los preciosos sentimientos que me embargaban cuando estaba con esas personas, o cuando me daba cuenta de mi propio potencial).

Aquélla no era una de ellas. Las mañanas de mi cumpleaños solían ser lo más caótico del mundo, con un festival de ruidos hechos exclusivamente para molestarme, como si mis hermanos quisieran compensar de alguna manera las atenciones que me iban a prestar y el hecho de que yo fuera indiscutiblemente la reina por un día (yo era la reina siempre, pero les gustaba cuestionar mi importancia sólo para hacerme rabiar) y hubiera que hacer todo lo que se me antojara sin rechistar.

A veces envidiaba a Alec por sus despertares apacibles, por ser capaz de amanecer con el amanecer real, por tener fuerzas para estirarse y salir de la cama aunque sea cinco minutos para contemplar el espectáculo de la salida del sol. Esta vez, sin embargo, también le envidiaba por su despertar tan tranquilo durante su cumpleaños, con su madre sentándose a su lado en la cama y acariciándole el pelo para asegurarse de que no fuera nada traumático...

... precisamente todo lo contrario a lo que me sucedía a mí. Desde que Duna había pasado a ser consciente de sí misma y de los cambios en el calendario a medida que se iban sucediendo las noches, los cumpleaños de todos habían dado un giro radical: pasábamos de despertares amorosos a auténticas orgías de gritos.

Así que estrenaba los quince años como había estrenado los catorce, o los trece, o los doce, o los once: con Duna abriendo la puerta de mi habitación con más fuerza de la que debería tener una chiquilla de ocho años (tanto, que el pomo golpeaba la pared y la puerta rebotaba) y bramaba, a plena potencia de unos pulmones que indudablemente eran herencia de papá:

-¡¡¡Sabrae!!! ¡¡HOY ES TU CUMPLE!! ¡¡¡¡¡¡¡FELICIDADES!!!!!!!

Me encogí instintivamente en la cama, haciéndome aún más un ovillo. Duna siempre era un torbellino de energía cuando llegaba un día especial, ajena por completo a que los demás teníamos nuestras propias circunstancias. No todos dormíamos como bebés, y puede que ni siquiera aprovecháramos todas las horas que nuestras puertas estaban cerradas; yo, por ejemplo, me había pasado más tiempo del que debería mensajeándome con Alec de madrugada, prometiéndonos el uno al otro que pasaríamos el mayor tiempo posible juntos dentro de mi apretadísima agenda.

Sin embargo, tampoco podía guardarle rencor a mi pequeñina. Lo hacía con la mejor de las intenciones, pues así se aseguraba de ser la primera en felicitarme. Una pena que el amor de la vida de ambas se le hubiera adelantado varias horas.

G u g u l e t h u (Sabrae III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora