Monedas venidas de cada rincón del mundo surcaban el cielo celeste de la Roma veraniega igual que estrellas fugaces con jet lag. Formaban pequeños arcos dorados en el aire antes de impactar en la superficie espejada del agua azul turquesa de la Fontana di Trevi y en inofensivas nubes de una explosión atómica hecha de cloro en vez de hidrógeno.
Apenas nadie prestaba atención a esos impactos que delatarían la huida de unas ninfas invisibles a todo aquel que pusiera interés en mirarlas, demasiado ocupados como estábamos cada uno en inmortalizar el momento, posando para la cámara o no haciéndolo en absoluto, seguros de que aquello quedaría mejor en nuestras redes sociales. Estábamos sumidos en nuestra propia burbuja, sólo reconociendo la presencia de los demás cuando necesitábamos abrirnos hueco a codazos para evitar incursiones ajenas en nuestras fotos.
Igual que si el cielo nocturno se desplomara sobre nosotros en un entramado de aceleradas rayas plateadas, una estrella fugaz entre una lluvia de ellas no era más especial que una gota en un diluvio.
Y, sin embargo, todas las miradas se posaron en nosotros cuando Alec hincó una rodilla en el suelo y se llevó una mano al pecho. Se me detuvo el corazón un instante, sólo un instante, como si no supiera lo que venía a continuación.
Y luego, precisamente porque sabía lo que venía a continuación, empezó a latirme con violencia.
Tenía una pequeña cajita de regalo de lo que sólo podía ser una sortija, el anillo de compromiso más bonito que se hubiera visto nunca, incluso si era de latón, porque quien lo entregaba era él. Podría hacer de la anilla de una lata de refresco la joya más importante y valiosa del universo simplemente por lo que simbolizaba: su corazón, su promesa de un futuro entregado completamente a la persona a quien se lo entregaba.
La gente a nuestro alrededor contuvo la respiración un par de segundos antes de que Alec empezara a hablar.
-Cielo. Te amo más que a mi vida-dijo Alec, con la voz vibrando por lo que sólo podía ser emoción, pero yo sabía lo que se escondía tras ese vaivén en sus cuerdas vocales-. Te hago esta pregunta aquí, en uno de los sitios más bonitos de la ciudad del amor, porque eso es lo que quiero que me des. Una historia tan larga como la que tiene la propia Roma. ¿Me harías el inmenso honor de ser mi esposa?
Sentí que se me retorcía el estómago, que me temblaban las rodillas y que mis piernas, de repente hechas de arcilla húmeda, no podían soportar el peso del mundo sobre mis hombros, un mundo en constante primavera con frescas noches de verano.
Entonces, Eleanor extendió la mano, sonriente.
-¡Por supuesto que sí!-proclamó, aceptando el anillo que Alec le ofrecía. A duras penas conseguíamos aguantar la risa, pero todos a nuestro alrededor pensaban que se debía más a los nervios que a que la situación no fuera más que una charada hecha entre los tres para conseguir que Mimi se volviera absolutamente loca de vergüenza. Estaba más roja que su melena, intentando encontrar un hueco entre la gente por el que escabullirse para no compartir más con nosotros el centro de atención, pero los curiosos habían hecho una barrera tan impenetrable que le daba envidia incluso a la Gran Muralla china. Y más aún cuando estallaron en aplausos al levantarse Alec y estrechar entre sus brazos a Eleanor.
Le di un beso en la frente mientras ella le rodeaba el cuello con los brazos, poniéndose de puntillas para alcanzar su estatura, aunque no tanto como yo. Me reí mientras Mimi conseguía abrirse paso entre los turistas, insultándonos a todos lo suficientemente alto para que pudiéramos oírla, y desaparecía entre el mar de cuerpos, que se cerró tras ella como si nunca se hubiera separado.
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G u g u l e t h u (Sabrae III)
RomanceTras los meses de la más absoluta felicidad que ha experimentado Sabrae en toda su vida, ha tenido que aprender por las malas que no se le puede poner un vendaje al corazón para impedir que sienta. Lo hace de todos modos, y más intensamente, quizá...