Capítulo 31: La antítesis del Rey Midas.

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Claire me daba la espalda mientras buscaba en una de sus estanterías la libreta que me había dedicado exclusivamente a mí. La había pillado por sorpresa presentándome de sopetón en su consulta, pero no lo había hecho porque quisiera asustarla, sino porque necesitaba su ayuda, y la necesitaba con urgencia.

Me había dicho hacía unos días que podía contar con ella para lo que fuera, y que no dudara en mandarla buscar si la necesitaba, pero por la cara que puso cuando me encontró en su despacho nada más llegar, a primera hora de la mañana, empecé a pensar que, quizá, no lo decía del todo en serio. Quizá lo decía por cumplir. Quizá era una de esas frases que sólo son sinceras en las series sobre médicos ya que, a fin de cuentas, los médicos sólo existen en los 45 minutos que dura el capítulo. Supongo que cuando eres médico, o enfermero, o psicólogo, no te hace tanta gracia que tus pacientes se salten a la torera tus horarios. Sobre todo si tu consulta no es privada y no puedes cobrarles un ojo de la cara por cada minuto de tiempo libre que te roben.

-Alec, ¿qué haces aquí?

-No podía esperar a verte. Buenos días-hice amago de levantarme, pero mis costillas protestaron. Tenía la rodilla hecha una mierda por el tiempo que había pasado fuera de la cama el día anterior, paseándome de un lado a otro como si mi vida fuera normal. Cuando Sabrae entraba en escena, mi dolor retrocedía hasta una expresión tolerable, haciendo que creyera que podría curarme y volver a mi rutina de siempre en un tiempo récord.

Luego Sabrae se marchaba y el dolor recuperaba todo el terreno perdido, ensañándose en cada milímetro que ella le había arrebatado sin tan siquiera saberlo. Incluso me había obligado a coger las muletas y atravesar despacio el hospital, ignorando por completo el desayuno. De todos modos, tampoco tenía hambre. Dudaba que pudiera meterme nada entre pecho y espalda; no después del batallón de pesadillas que había tenido a lo largo de la noche, y que me habían hecho despertarme empapado en sudor. Me había costado horrores conseguir que ella se fuera al instituto, y si lo había hecho, había sido porque yo le había insistido hasta la saciedad en que no nos hacía un favor a ninguno empezando a faltar clases.

Como si necesitara detestarme aún más por las atrocidades que había creado mi subconsciente a lo largo de la noche (tenerla cerca y poder olerla no me hacía bien cuando vencía la ansiedad), había tenido que despedirme de ella fingiendo que aceptaba que no le diera importancia a sus ojeras.

Ojeras que yo le había puesto ahí. Ojeras de preocupación, en lugar de placer. Por lo menos, no me sentiría culpable por las segundas. Las primeras, sin embargo...

-Me levantaría, pero creo que está a punto de saltárseme otro punto-jadeé, y Claire se apresuró hacia mí con una mano extendida, como una madre que ve que su niño ha cruzado la calle persiguiendo su pelota en el momento en que se acerca un coche.

-De eso nada. ¿Cuánto hace que estás aquí?

-Acabo de llegar.

Claire suspiró, sus ojos zafiro recriminándome la mentirijilla que había tratado de colarle.

-Estás frío-acusó en tono suave, como si creyera que lo había dicho para no preocuparla. Es mi psicóloga; se supone que tengo que preocuparla.

Un momento... sí que lo había dicho para no preocuparla.

Mierda. ¿Por eso estaba teniendo esas pesadillas? ¿Porque ahora centraba mis energías en no preocupar a Claire, en vez de a Sabrae?

-¿Cuánto llevas realmente?-sacó una manta del armario de la pared y me la pasó por los hombros.

-No miré el reloj cuando entré.

G u g u l e t h u (Sabrae III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora