Sí, ya era un hombre. Y qué hombre. Yo no fantaseaba con cualquiera, no me abstraía con cualquiera, procuraba mantenerme presente en todos los sitios en los que estaba, prestar atención a la conversación. Pero con Alec me era totalmente imposible en condiciones normales, así que con su traje gris oscuro, su camisa desabrochada, su pelo alborotado y su sonrisa canalla, lo único que podía hacer era preguntarme cuánto tardaría en caer en sus redes, y no si lo haría, porque era evidente que así sería.
-Además... para mí no es ninguna fiesta si falta mi chica.
En condiciones normales me habría asaltado una mordedura de culpabilidad en lo más profundo de mi ser: me habría recriminado el haber hecho que Alec se alejara de la fiesta, haberlo obligado a ir a buscarme, hacer que se perdiera parte de la diversión. Sin embargo, no fue así entonces, ya que no estábamos en condiciones normales: por la sonrisa que me dedicó, traviesa, juguetona, supe que Alec llevaba esperando a que le diera una excusa para estar solos mucho, mucho tiempo.
Más o menos, desde que había visto mi atuendo; ése que me había puesto para justificar mi presencia en la fiesta, y que había tenido como efecto secundario totalmente deseable el encender a mi chico como un cohete en el año nuevo chino.
No obstante, que yo supiera que Alec quería esto no implicaba que fuera a dejárselo entrever. Me apetecía jugar con él. Me apetecía calentarlo como lo había hecho conmigo a lo largo de la noche, incapaz de mantener las manos alejadas de mi cuerpo o de no darles un espectáculo al resto de los que nos acompañaban.
-No quería que te perdieras la celebración.
Sonrió, se acercó a mí y se inclinó para susurrarme al oído:
-Nena, la única manera de celebrar las cosas a la que no quiero renunciar es follando contigo.
Lo miré desde abajo, comprobando que se alzaba igual que un dios griego ante unos mortales temerosos de su ira y completamente engatusados por sus encantos. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo, y éste nada tenía que ver con la temperatura del agua.
Adoraba cómo decía la palabra "follar". La manera en que se mordía los labios al pronunciar la F inicial me recordaba muchísimo a cómo se mordía el labio cuando estaba a punto de correrse en mi boca cuando le practicaba sexo oral. No echaba la cabeza hacia atrás, los músculos de su cuello no se tensaban, no me agarraba del pelo ni dirigía mi cabeza justo en el ángulo que necesitaba para llegar al orgasmo en mi lengua, pero el efecto que tenía era similar en mí. Me hacía sentirme una triunfadora, alzarme por encima de las demás.
-Ojalá lo celebres mucho esta noche de tu modo preferido, entonces-repliqué, y Alec se echó a reír, asintió con la cabeza y me dio un casto beso en la mía. Nadie que nos viera en ese instante sería capaz de averiguar de qué habíamos estado hablando un momento antes.
-Te he echado de menos-me dijo, con su vocecita de niño bueno y desamparado que no ha roto un plato en su vida. Me deshice de amor al instante-. Y te he traído una copa. Me he fijado en que no tenías nada de beber cuando te fuiste-me entregó la copa de cóctel, parecida a una rosa pero de talle un poco más estrecho antes de su abertura exagerada en unos volantes de cristal, y me guiñó el ojo-. Un San Francisco con mucha granadina para mi chica favorita en el mundo.
-Y sin alcohol-observé, dando un sorbo y sintiendo cómo el sabor ligeramente ácido de la granadina bailaba sobre mis papilas gustativas, dominando sobre todo lo demás. Se me pasó por la cabeza que a Alec también le gustaba el sabor del San Francisco, aunque no solía pedirlo porque él "salía de fiesta para emborracharse, y si quería zumitos pijos se los podía preparar en casa" (o se los podía preparar yo, aunque sospechaba que lo que le interesaba realmente de mis habilidades como barman era mi manera de mover el culo al remover o batir los cócteles), así que había posibilidades de cumplir una de mis fantasías y hacer que Alec bebiera de mi cuerpo mientras me practicaba sexo oral. Me pregunté si le gustaría la mezcla de San Francisco y yo, y cómo lo llamaríamos.
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G u g u l e t h u (Sabrae III)
RomanceTras los meses de la más absoluta felicidad que ha experimentado Sabrae en toda su vida, ha tenido que aprender por las malas que no se le puede poner un vendaje al corazón para impedir que sienta. Lo hace de todos modos, y más intensamente, quizá...