¡Hola, flores! Este cap es un pelín más corto que los demás, como compensación al otro larguísimo que os escribí. Para nada es porque haya tenido un minibloqueo (porque ¡he vuelto a trabajar!) que, gracias a Dios, creo que ya he superado.
Espero que, de todos modos, lo disfrutéis como a sus hermanos más mayores. ¡Un beso, y hasta la semana que viene! En la que, ¡por cierto! Es posible que publique el lunes, y no el domingo. Por eso de que es San Valentín, y tal 😉 os iré informando por Twitter. ¡Disfrutad!
-¡Bueno!-aulló Taïssa en cuanto abrió la puerta de su casa, con las caras de Momo y Kendra flotando detrás de la suya, enmarcada en unas trenzas que ahora eran de un amarillo neón que hacía que su piel de ébano brillara como si tuviera luz propia-. ¡Mirad quién se ha dignado a venir con nosotras, las solteronas! ¡Nuestra amiga, la CASADA!-chilló, dando palmadas en el aire mientras Kendra y Momo se peleaban por atravesar el pequeño espacio que había entre su cuerpo y la puerta y llegar hasta a mí. Me eché a reír y abrí los brazos, cuidando de que no se me cayera la bolsa de tela que había traído con las cosas que necesitaría para la cesta de pijamas... y en la que los regalos que les había traído esperaban impacientes para conocerlas.
Al contrario que Al, mi presencia en mi casa no tenía una fecha de caducidad, así que podía disponer de mi tiempo con una libertad de la que mi novio carecía: incluso si le apeteciera quedarse a dormir en casa de Jordan, o de las gemelas, siempre había algo tirando de él hacia la casa en la que había crecido: su madre, y lo mal que lo había pasado echándolo de menos.
La mía no se había quedado atrás: había tenido que dejar que Scott volara del nido antes de lo que se esperaba, y mis vacaciones habían sido un aperitivo de lo que le esperaba cuando yo terminara el instituto que no le había gustado nada, nada. Me había estrechado con fuerza en cuanto atravesé la puerta de casa, hundiendo la cara en mi pelo mientras sus brazos me apretaban contra esas curvas que tan familiares y seguras me resultaban, y había ignorado con todo su tesón las protestas de Scott y Shasha, que medio en broma, medio en serio, la habían acusado de no esconder en absoluto su favoritismo por mí.
Le había dejado una nota garabateada aprisa y corriendo pidiendo que me perdonara por lo que iba a hacer, abandonarlos a ella y a papá para ir de nuevo al calor que sólo podía proporcionarme compartir cama con Alec, y ahora... ahora había vuelto a hacerlo, aunque por lo menos la había avisado con cierta antelación.
Claro que todos mis remordimientos la noche anterior se habían evaporado en cuanto volví a ver a Alec aquella madrugada, entrando en su habitación como un ciclón, literalmente corriendo con tal de reunirse conmigo. Sus brazos en mi cintura habían sido lo que había necesitado para excusarme a mí misma y decirme que estaba donde tenía que estar, y que mamá lo entendería.
Mis amigas no tenían intención de ser tan comprensivas si trataba de cambiar los planes que habíamos hecho antes de irme, planes que incluían una cena, una fiesta de pijamas con pelis de fondo a la que ninguna de las cuatro le haríamos caso, muchas golosinas y todavía más detalles de todo lo que había hecho en mis vacaciones.
Una parte de mí se había despertado aquella mañana y había decidido que mis responsabilidades no eran tales, que mis promesas sólo valían si yo decidía darles crédito, y que perfectamente me podía quedar en la cama de Alec, acurrucada a su lado, hasta cumplir la mayoría de edad. No tenía por qué moverme de allí. Y cuando se lo dije, a él le pareció genial.
-Llevo queriendo zurrarles desde lo de Nochevieja-me dijo, sus brazos rodeando mi cuerpo y entrelazándose junto a mi pecho mientras me daba tiernos besitos en el hombro-. Cuando vean que no tienes pensado aparecer, mi casa será el primer sitio al que vendrán. Y, evidentemente, nos pelearemos por ti.
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G u g u l e t h u (Sabrae III)
RomanceTras los meses de la más absoluta felicidad que ha experimentado Sabrae en toda su vida, ha tenido que aprender por las malas que no se le puede poner un vendaje al corazón para impedir que sienta. Lo hace de todos modos, y más intensamente, quizá...