Capítulo 50: Más allá de septiembre.

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Reboté ligeramente en la cama cuando me dejé caer sobre ella, sudoroso y jadeante como lo había estado pocas veces en mi vida. Reconocí enseguida la deliciosa sensación de ese instante de gravidez cuando el colchón te repele durante un segundo, negándose a que lo sigas maltratando como has hecho hasta ahora. Una sonrisa boba se extendió por mi boca lentamente, pero con la seguridad de quien ha disfrutado y lo ha hecho en la intimidad, así que no tiene por qué esconderlo.

Tomé aire y lo solté despacio, intentando escuchar por encima del tamborileo acelerado de mi corazón el sonido del cuerpo de Saab haciendo el mismo gesto que yo. Una de las cosas que más orgullo me producían de mis dotes en la cama era precisamente esto que yo le regalaba ahora a ella: el abandono absoluto a las necesidades de descanso después de un polvo salvaje y bestial, de esos que parece que sólo pueden echarse en un entorno controlado, con cámaras de alta resolución, focos de iluminación y profesionales interpretando un papel. Pero no, había veces que incluso la vida superaba a la fantasía, algo que muy pocas chicas jurarían hasta que yo no me cruzaba en sus vidas.

Y ahora, era Sabrae la que se había cruzado en mi vida, y era yo el que me dejaba caer absolutamente agotado sobre las sábanas arrugadas, con la respiración agitada, la piel sensible, y un nada desagradable hormigueo en la punta de los pies, las manos y las sienes. Normalmente las chicas de mi pasado se comportaban así cuando no tenían ningún compañero de piso frente al que rendir cuentas, sus padres se habían ido a pasar la noche por ahí, o les daba absolutamente igual que sus vecinos, con los que no tenían ninguna relación de parentesco, las escucharan. El cansancio como éste que estábamos experimentando ahora sólo lo provocaba la conciencia absoluta de que la intimidad reinaba, así que no había que preocuparse de nada más que dar rienda suelta al propio placer.

No fue así con nosotros. O, al menos, la situación no era exactamente idéntica a las otras veces que lo había hecho. Esta vez no me había escabullido por ninguna salida de incendios, no había recorrido a oscuras ningún pasillo ni había atravesado a toda velocidad un jardín al amparo de la luna, o un patio disimulado en el sonido de la ciudad bullendo a mi alrededor. Cuando Sabrae y yo habíamos dejado de besarnos, nos bastó mirarnos un momento para saber qué era lo que queríamos.

No nos importó absolutamente nada que todos mis amigos y mi familia estuvieran en la casa cuando subimos las escaleras a toda velocidad. Teníamos algo glorioso que celebrar. Un éxito que ninguno de los dos se esperaba estas alturas, a pesar de que ambos nos habíamos acostado la noche anterior pensando que lo conseguiría.

Hasta que no la tuve ante mí, jadeando excitada a pesar de que aún no habíamos hecho más que besarnos, no caí en lo jodido que había sido todo para Sabrae. Había sido intensísimo para mí, una putísima mierda que no le recomendaría a nadie, con diferencia el reto más duro al que me había enfrentado en mi vida. Pero para Saab... para Saab tampoco había sido un camino de rosas, ahora podía verlo. Y que desatara toda su tensión conmigo ahora que por fin lo habíamos logrado me hacía sentir un poco miserable.

Claro que enseguida se me pasó cuando cerró la puerta de mi habitación de una patada, se volvió hacia mí con la majestuosidad de un ángel vengador, y se quitó la camiseta que llevaba puesta, rescatada directamente de mi armario, y se quedó nada más con mi ropa interior cubriendo su sexo, que ya empezaba a llenar la habitación del perfume de su excitación, igual que una flor de loto abriéndose para mí.

-Si hubiera sabido que este sería mi premio-dije en cuando me empujó a la cama y se peleó con mis vaqueros para abrirme la cremallera y liberar mi erección-, me habría puesto a estudiar por las noches.

G u g u l e t h u (Sabrae III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora