Capítulo 64: Limón.

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Saab apoyó el codo en la mesa y clavó la vista en el mar hecho de ónice cuando vinieron a recoger los platos.

-¿Todo a vuestro gusto, Alec?-me preguntó la camarera en griego, sin molestarse siquiera en usar el inglés para que Sabrae la entendiera, aunque no era para menos: desde que nos habíamos sentado, mi chica se había esforzado en llamar la atención lo menos posible.

Y eso me parecía divertidísimo, ya que había tirado de mis hilos para conseguir que nos reservaran una mesa en la terraza del restaurante más pijo de todo el pueblo, al que venían los ricachones a regodearse tras un día de compras en los que sus mujeres habían asegurado la economía de la isla entera durante, al menos, un par de años más; y con el que muchas de mis amigas soñaban que las invitaran para que les pidieran allí la mano, en alguna de las mesas que se esparcían por el mirador con forma de ostra igual que si fueran perlas. Estábamos en el sitio más visible del restaurante, y participábamos de la vista igual que los demás.

Lo cual hacía muchísimo más difícil para Sabrae disimular sus gemidos y la forma en que sus caderas se rebelaban contra ella, buscando una fricción con la que la incitaba el vibrador por control remoto que llevaba.

Y del que yo, por supuesto, tenía el control.

-Estaba todo genial.

-Os ha quedado un poco-observó, señalando las fuentes de cerámica con dibujos en azul en los que aún quedaban biscotes con montañitas de foie y manzana caramelizada, cucharitas con gambas sobre mayonesa, aceitunas especiadas, daditos de queso, y pimientos rellenos de queso feta-. ¿Os lo pongo aparte para que os lo llevéis a casa?

La verdad era que la mayoría de lo que me lo había comido yo, primero porque estaba famélico de tanto sexo como habíamos tenido mi chica y yo, y segundo porque ella estaba demasiado ocupada asiéndose a los bordes de la mesa como si le fuera la vida en ello como para poder meterse algo en la boca. Ahora mismo sólo le apetecía llevarse una cosa, y por mucho que a mí me entusiasmara la idea, sabía que si lo hacíamos mamá me mataría, ya que no podríamos volver a salir de casa en Mykonos durante los siguientes 120 años.

-Pues mira, ya que lo dices, te lo agradecería un montón, Calíope-sonreí, arqueando las cejas. Sabrae me miró de reojo, pero cruzó las piernas con más fuerza, sonrojándose todavía más de lo que ya lo estaba. Una ligerísima película de sudor le cubría la piel de un fulgor que me moría por lamer, pero me estaba divirtiendo tanto viendo cómo luchaba, con apenas éxito, contra sí misma, que merecía la pena reprimir mis instintos más bajos.

-No es nada-respondió, apilándose las fuentes en el brazo-. Enseguida os traigo los principales, ¿vale?

-No hay prisa. Tienes el restaurante a tope-comenté, haciendo un gesto con la cabeza hacia el resto de la sala. Sabrae siguió mi gesto con la mirada, se giró lo suficiente como para echar un vistazo alrededor, y se giró de nuevo rápidamente, notando que le ardía hasta la espalda. No es coña. Vi cómo se sonrojaba por todo el cuerpo-. ¿Son por mis reseñas en internet, tal vez?

Calíope se echó a reír.

-No nos va mal, la verdad. Espero que dure. La universidad es cara.

-Mm. Es un coñazo tener que ir al continente.

-Pues sí, y el alquiler del piso no se paga solo.

-Bueno, menos mal que vamos a llenar un poco la hucha esta noche Saab y yo-le guiñé un ojo y Calíope se echó a reír.

-Nunca está de más un par de euros extra-respondió-. ¿Te importaría...?-preguntó, cambiando al inglés con un suave acento que era prácticamente imperceptible para los griegos, pero que yo como nativo podía distinguir perfectamente, para dirigirse a Sabrae. Sabrae la miró con ojazos de cervatillo pillado en medio del bosque por un lobo, y retiró los codos de la mesa para que Calíope pudiera retirarle los platos con comodidad-. Gracias-sonrió la griega.

G u g u l e t h u (Sabrae III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora