Esfuérzate más.
¿Esfuérzate más?
¿ESFUÉRZATE MÁS?
SERÍA PUTA COÑA, ESPERO.
Me daban ganas de romper en mil pedazos la puta hoja del examen ya corregido, con ese ofensivo tachón rojo con el que me gustaría cubrir a mi profesora. Porque, sí, quería abrirla en canal.
No podía creérmelo. Te prometo que no podía creérmelo. Estaba currando como un cabrón, había preparado ese examen igual que los demás (es decir, muchísimo; más de lo que lo habría hecho solo, y todo eso se lo debía a Sabrae), y había salido con una buena sensación cuando lo hice. Tampoco era tan gilipollas como para pensar que me pondrían matrícula, pero de ahí a sacar un puto tres... no me jodas. Estaba convencido de que aprobaba sobradamente. Un siete no me lo quitaba nadie.
-¿Puedo hacerle una fotocopia?-le pregunté a la zorra de la profesora mientras sacaba los materiales para dar clase de su bolsa de Mary Poppins. Valiente hija de puta. Me apetecía esperarla a la salida y pegarle tal paliza que no la reconocieran ni en casa. Cabrona de mierda. La manera en que me había sonreído cuando me entregó el examen, como si disfrutara humillándome frente a toda la clase, ya debería haberme alertado. Pero no. Como un imbécil, había creído que esa sonrisa era producto del orgullo. Había creído que se alegraba de ver que uno de sus alumnos triunfaba por fin, que estaba saliendo del capullo, que había mudado a mariposa.
-Claro-respondió ella, pero yo ya había atravesado media clase cuando me contestó. La verdad, no tenía pensado esperar a su contestación. Bey se había llevado algunos exámenes a la fotocopiadora para analizar las respuestas e impugnar sus calificaciones con fundamento, ya que lo permitían los estatutos del colegio, así que no podía negarse.
Claro que tampoco debería poder suspenderme y, sin embargo, ahí estaba yo, con un puto tres y medio y la sensación de arena en la boca al darme cuenta de que había sido un completo gilipollas olímpico creyéndome las cosas bonitas que me decía Sabrae. Por supuesto que ella confiaba en que me graduaría y en que todo saldría bien; no tenía ni puta idea de mi media, ni de mis notas. La única medida que sabía de mí era la de mi polla, y yo también creería que era capaz de todo si sólo tuviera de referencia los centímetros de carne que me metía en el coño todos los fines de semana.
Rabioso, le entregué las hojas a la conserje, que sólo parpadeó confundida cuando yo le pegué un bufido como respuesta a su saludo amistoso. No estaba el horno para bollos. Quería mis fotocopias, y las quería ahora.
Me saqué el móvil del bolsillo y abrí la conversación con Sabrae. Empecé a teclear con rabia, pero después lo borré. No quería preocuparla, ni que se comiera la cabeza pensando que lo había hecho mal, cuando la culpa era mía y sólo mía.
No debería haberme hecho ilusiones. No debería haberme dejado arrastrar por su entusiasmo. Y, sobre todo, no debería haber desperdiciado todo el tiempo que había desperdiciado estudiando con ella, si iba a ser peor el remedio que la enfermedad. El verano estaba a la vuelta de la esquina, y con él, mi voluntariado. Deberíamos estar follando como locos, pero sólo me había dejado tocarla ayer después de muchos días a pan y agua. Deberíamos estar haciendo planes, escapándonos a la playa, follando entre las rocas, saliendo de fiesta, yendo a conciertos al aire libre, follando en el parque, tomando el sol en el césped de nuestros jardines, bañándonos en las piscinas de nuestros amigos, follando en nuestras casas... en fin, aprovechando el tiempo que nos quedaba juntos, que para algo éramos jóvenes, estábamos enamorados, y teníamos la espada de Damocles pendiendo sobre nuestras cabezas.
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G u g u l e t h u (Sabrae III)
RomanceTras los meses de la más absoluta felicidad que ha experimentado Sabrae en toda su vida, ha tenido que aprender por las malas que no se le puede poner un vendaje al corazón para impedir que sienta. Lo hace de todos modos, y más intensamente, quizá...