Capítulo 91: Banquete de cenizas.

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Hablando de escuchar...

Parecía mentira que uno de los peores días de mi vida fuera a empezar tan bien, como morder una fruta podrida de la que el primer bocado es el más dulce que has probado nunca.

No habíamos puesto despertador, supongo que confiando en que nuestros cuerpos decidirían cuándo era el momento de separarse, o en que el universo se las ingeniería para imponernos su plan. Como siempre, estábamos en lo cierto. Todavía faltaban unas horas para que el avión de Alec despegara.

Mientras tanto, podía quedarme escuchando el sonido de su respiración acompasada. Como anticipando que la próxima noche ya no podríamos estrecharnos el uno al otro entre nuestros brazos, habíamos dormido enredados en la parte de abajo, pero separados en la de arriba. Yo estaba de costado, mirando hacia él, cuando el sol se cansó de acariciarme los ojos y empezó a arañarme los párpados. Alec estaba boca abajo, respirando profunda y lentamente, su espalda subiendo y bajando al compás que marcaba su pecho.

Estuve despierta un par de segundos más que él, un par de segundos preciosos que eran poca compensación por el tiempo que no iba a tenerle, pero que atesoré de todos modos como el regalo divino que eran. Prácticamente aguanté la respiración para oír la suya, regodeándome en ese dulce sonido al que nunca pensé que me acostumbraría.

Estiré la mano para acariciarle el pelo como tantas veces había hecho mientras él dormía, incapaz de guardarme las manos... y, esta vez, Alec se despertó. Su respiración se volvió un poco más profunda justo antes de ascender igual que un delfín que se hace con las olas. Tomó aire profundamente y luego lo exhaló entrecortado, levantando la cabeza lo justo como para mirar a su alrededor con expresión de somnolencia. Sus manos buscaron por el colchón antes incuso de que él pudiera recordar su nombre, dónde estaba o con quién, y, sobre todo, qué día era. Respiró un par de veces más y yo escuché con toda la atención que pude, consciente de que nunca había escuchado algo tan hermoso a pesar de haber dormido con más personas. Scott había sido la primera respiración de ese tipo que había oído, y durante los primeros años de mi vida aquello había acompañado a mis despertares, pero la de Alec... la de Alec no podía compararse con nada.

Y mañana habría silencio. Suerte que a Claire le quedaría libre el hueco que Alec iba a dejar, porque estaba convencida de que me volvería loca acusando la falta de estímulos.

Los músculos de su espalda se contrajeron y relajaron en esa perfecta sincronía que sólo tenía su cuerpo mientras se incorporaba un poco más. Se giró para mirarme, y cuando por fin sus ojos se encontraron con los míos, ese pellizco de preocupada desorientación que siempre le asaltaba nada más despertarse se apagó. Ahora que sabía que estaba conmigo, no le importaba dónde habíamos dormido. Estaba en casa simplemente por la persona que compartía con él la cama.

Y se pasaría un año entero sin poder pisar su casa.

-Buenos días-dijo, la voz rasposa del hombre que acaba de despertase. Mi hombre, pensé, con un delicioso retortijón de posesividad en el estómago, mientras seguía revolviéndole el pelo distraída. No recordaba haber estado con ningún chico que tuviera el pelo tan suave como Alec.

-Buenos días. ¿Has dormido bien?

-He dormido demasiado-respondió, frotándose los ojos. Cuando sólo le habían indicado el día que salía su avión, Alec había decidido que no dormiríamos nada la noche anterior a que él se fuera. Todo el sueño que tuviéramos que recuperar, él lo recuperaría en el avión de camino a Etiopía y yo lo recuperaría por el día, como si pudiera descansar mientras se alejaba de mí a más de un kilómetro por minuto.

G u g u l e t h u (Sabrae III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora