Capítulo 12: Mausoleos y fosas comunes.

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Alec había puesto los ojos en blanco un mínimo de 28 veces (y digo "mínimo" porque no empecé a contarlos desde el principio, sino cuando lo había hecho un puñado de veces en un intervalo de apenas un minuto) en menos de 25 minutos cuando Mimi abrió la boca por fin, y le dijo algo que le hizo mirarme.

Todo había ido relativamente bien cuando su familia entró a visitarle: no sólo venían sus padres y su hermana, sino que también se habían traído a su abuela, que se echó sobre él nada más verle, gritando palabras que en un inicio me parecieron incongruentes, pero que, después de que Alec sonriera y le diera unas palmaditas en la espalda, consolándola como si la que estuviera mal fuera ella y no él, identifiqué como frases en ruso. Por supuesto. Por mucho que Ekaterina sintiera deferencia por mí y hubiera empezado a cogerme cariño durante su visita, nos habíamos mantenido lo suficientemente alejadas la una de la otra como para olvidársenos, por un instante, que pensábamos en idiomas distintos.

Con todo, no me molestó. Sabía que no lo hacía con mala intención, y que Alec se sentiría un poco mejor si alguien le hablaba en ese idioma que tanto relacionaba con casa. Dado el tiempo que pasaría en el hospital, cualquier cosa que hiciera que esa fría habitación se pareciera más a un hogar sería más que bienvenida.

Dylan y yo intercambiamos una mirada de resignación, ya que ninguno de los dos dominaba el idioma en el que se estaban comunicando, y a nuestra ignorancia compartida había que añadirle las reticencias que teníamos los dos a interrumpir ese momento que tan bien le haría a mi chico.

Pero todo empezó a torcerse en el momento en que Alec carraspeó y, mirándome de reojo, cambió al inglés. Me pregunté por qué lo hizo durante un instante, el mismo instante en el que olvidé que, para él, Dylan era tan importante como el resto de su familia, por mucho que no compartieran sangre.

-Familia, tengo una cosa que deciros-dijo tras carraspear, y yo sentí el impulso de levantarme para dejarle un poco de espacio, pero la forma en que me miró por el rabillo del ojo, como asegurándose de que seguía allí, que le estaba apoyando y que no había cambiado de parecer, me hizo permanecer en el sitio. Así llevaban meses siendo las cosas, y así esperábamos que continuaran siendo durante mucho, mucho tiempo: él me apoyaba a mí, y yo le apoyaba a él, los dos contra el mundo, sin excepciones ni condiciones. Sabía que, por mucho que me doliera dejarle marchar, por mucho que nos doliera a ambos, respetaría su decisión, y le defendería de todo aquel que quisiera rebatírsela, hacerle cambiar de opinión incluso aun a riesgo de hacerle daño.

Le di un apretón en la mano para indicarle que me había percatado de su vistazo, y Alec asintió despacio con la cabeza, como insuflándose ánimos a sí mismo.

-Esta mañana-decidió mentir para no preocupar a su madre, aunque yo sabía que había leído el correo de madrugada- he recibido un correo de una de las organizadoras del voluntariado, avisándome de que ya está todo listo para que me vaya, y pidiéndome que le diga en qué fecha tengo pensado incorporarme al grupo.

El silencio que se instaló en la sala no fue sepulcral, ni de ultratumba: fue, más bien, propio del purgatorio.

Era el tipo de experiencia del infierno que atormentaría a un sordo, pues por mucho que no escuches ningún sonido, sabes que incluso una salva de gritos como cañonazos indicando el principio de la guerra es mil veces mejor.

-Todavía tengo que decidir en qué fecha me marcho, pero... quería que supierais que los planes de irme de voluntariado siguen en pie. Ahora más que nunca-puntualizó con fingida tranquilidad, intentando rebajar la tensión en el ambiente.

G u g u l e t h u (Sabrae III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora