¿Sabéis qué día es el viernes? Jeje.
¡Nos vemos muy pronto!
Sabrae estaba preciosa. No, no preciosa; arrebatadora. Puede que los protagonistas de la noche fueran los finalistas, pero se las había apañado para acaparar todos los focos, o por lo menos los que yo manejaba. Se había puesto para la ocasión un vestido azul sin tirantes, con mangas abullonadas que le dejaban los hombros al descubierto, revelando así que no llevaba sujetador. Eso había hecho las delicias de los periodistas, frente a los que había posado como una auténtica estrella de cine de la época dorada de Hollywood del siglo pasado. Lo que más les había gustado a los fotógrafos era, como a mí, su piercing.
También llevaba el maquillaje a juego con su indumentaria, con los ojos difuminados en un tono azul turquesa que le daba más profundidad a su mirada y destacaba el bronceado de su piel. Sabía que me estaba contradiciendo con todas las veces en que la había visto llevar un solo tono de color, pero el azul definitivamente le pertenecía. Sobre todo cuando se ponía ese tono azul bebé que ahora la convertía en la única diosa posible, y me empujaba a querer darle un nuevo sentido a esos colores.
A pesar de que estábamos en público y todavía no habían terminado de hacerme efecto los calmantes que me habían suministrado en el hospital, me veía corroído por la necesidad imperiosa de poseerla. Mientras la veía posar frente a las cámaras, pasándoselo en grande con sus hermanos o en soledad, no podía dejar de maravillarme de que, de todas las personas que había en el mundo, yo fuera la única a la que Saab le había concedido el enorme privilegio de tener el derecho a reclamarla como mía. A pesar de por todo lo que había pasado y toda la mierda que aún tenía dentro, me sentía como si estuviera en el ojo del huracán, pero el huracán se moviera conforme a lo hacía yo, de manera que todo a mi alrededor estuviera patas arriba pero sin llegar a afectarme.
Me sentía elegido, como si las nubes se hubieran abierto sobre mi cabeza y un rayo de luz solar me hubiera señalado como el preferido de todo el universo. Y eso que apenas había podido acercarme a ella en lo que llevábamos de noche, incluso estando tan cerca el uno del otro que podría cogerle la mano si quisiera.
Dado que ni mis amigos ni yo habíamos salido en televisión a lo largo del programa, y sólo nos ponían cara las fans más acérrimas del grupo de Scott y Tommy, no habíamos tenido que pasar por la alfombra roja que habían preparado para el programa para apoyarlos y, de paso, generar más dinero y expectación. Las familias sí lo habían hecho, pero de todos los que tenían relación con los concursantes, sólo había una persona compartiendo lazos familiares a la que reclamaran en soledad, y esa había sido Sabrae. Lo cual me había permitido observarla desde la distancia, a un lado de la alfombra mientras esperaba para que nos validaran los pases preferentes, y ella sintiera mis ojos sobre su cuerpo y se girara para mirarme.
En cuanto nuestras miradas se encontraron, me recorrió ese chispazo tan familiar que siempre explotaba en mi interior cuando me volvía repentinamente consciente de que ella no era producto de mi imaginación. Empecé a preguntarme cómo había hecho para convencerme a mí mismo de que sería capaz de alejarla de mí, hacerla odiarme cuando lo único que quería era como mínimo su indiferencia para poder idolatrarla.
Luego, Sabrae me había sonreído y mis amigos habían tenido que sujetarme para que no me cayera el suelo. Literalmente. Sentí cómo mis rodillas cedían, y pude escuchar en mis oídos el tintineo de su risa por encima de los flashes de los fotógrafos, encantados con ella casi tanto como yo.
Y ahora ahí estaba de nuevo, caminando entre la multitud, deteniéndose a agradecer a cualquiera que se le pusiera por delante y le dedicara unas palabras de apoyo la forma en que habían apostado por ella. Se hacía fotos, se reía, firmaba autógrafos a pesar de que decía que ésta era la noche de su hermano, y no la suya, pero yo sabía que disfrutaba con esas atenciones. Ahí fue cuando supe que nuestra relación funcionaría sin importar el tiempo y la distancia que nos separara: Sabrae era la nueva estrella, la novedad, la persona más importante de la sala en la que entrara por el mero hecho de ser el último gran descubrimiento. La habían hecho para subirla a un pedestal y adorarla, y el mundo hacía eso igual que se había maravillado con el lanzamiento del primer teléfono móvil, la primera canción de su artista favorito, o el descubrimiento del fuego tantos años atrás. Desgraciadamente, esas atenciones se iban tal y como llegaban; por eso Sabrae las estaba disfrutando tanto.
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G u g u l e t h u (Sabrae III)
RomanceTras los meses de la más absoluta felicidad que ha experimentado Sabrae en toda su vida, ha tenido que aprender por las malas que no se le puede poner un vendaje al corazón para impedir que sienta. Lo hace de todos modos, y más intensamente, quizá...