Capítulo 67: Poseidón.

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Antes de que empieces a leer, y dado que éste será el último capítulo del año, quiero aprovechar para desearte ¡feliz Navidad, feliz año nuevo, y felices fiestas en general! Nos vemos el año que viene ☺

-¿Cómo va esa tortillita?-canturreé, acercándome a Tommy por detrás mientras revolvía en la sartén, que chapoteaba burbujitas de aceite con las que tenía que contenerme para no coger una cuchara y llevarme un buen pedacito de cielo a la boca.

Mi humor había mejorado bastante desde la charla con Sabrae. Había empezado el día anterior con el pie izquierdo (bueno... ¿debería ser el derecho? Siendo zurdo, la verdad, no sé cómo se me aplica el refrán), de un mal humor que se había pospuesto mientras lo hacía con ella, y que no sabía a qué se debía hasta que no pusimos rumbo al aeropuerto. Me di cuenta de que, efectivamente, no quería que mis amigos vinieran. Por mucho que los quisiera, quería pasar ese tiempo con Sabrae, quería que cada precioso segundo que pasáramos juntos fuera de los dos, no comunal, como sería en el momento en que ellos aterrizaran.

Supongo que me daba miedo pensar en lo que suponía que mis amigos vinieran en tropa a Grecia, hacinándose en mi casa como si no hubiera otra oportunidad: implicaba que venían a despedirse, que yo iba a irme realmente, y que los echaría de menos a todos. Con Sabrae era fácil vivir en una fantasía en la que el futuro simplemente no existía: con perderme en su cuerpo me bastaba para volverme loco y creer que no había nada más allá del siguiente amanecer, que no me importaba nada más allá del siguiente amanecer, que era inmune a todo lo que pudiera venir.

Con Sabrae, Mykonos se convertía en el paraíso de una luna de miel. Nuestra estancia allí se resumiría en sexo, paseos, sexo, comilonas, sexo, mimos, sexo, sol y... ah, sí. Sexo. Nadie tenía una vida así, de modo que la ilusión me evadiría de la realidad.

Pero con mis amigos allí presentes... la cosa cambiaba, y drásticamente. Con los nueve de siempre en ella, Mykonos se convertía en un puerto de paso, la terminal de un aeropuerto en el que cogeríamos vuelos distintos, cada uno en dirección a un punto perdido en el horizonte en el que ya no nos distinguiríamos.

Me daba miedo lo que significaba que los chicos estuvieran allí.

Significaba que había empezado el final.

Claro que yo no me había dado cuenta de lo que me preocupaba hasta que no volví a irme a la cama con ella, con los párpados pesados, los músculos agarrotados, y la cabeza en otra parte. Dejé que pasara para que se quedara entre mi cuerpo y la pared, y así no corriera peligro de caerse, y me tumbé a su lado.

-¿Vamos a hablar de lo que ha pasado antes?-preguntó, y yo la miré en la penumbra. Repasé todo lo que había hecho hasta entonces, a qué podía referirse ese "antes"... y nop. Nada.

-Creo que vas a tener que ser un poco más específica, nena-respondí, acurrucándome a su lado y regodeándome en el aroma que desprendía su piel y que ya estaba empezando a impregnar la almohada. Me pregunté si podría llevarme la funda de su almohada a África, y de ser así, cuánto tiempo aguantaría su olor en ella antes de desvanecerse y dejarme sin nada más que unos recuerdos que no le hacían justicia.

Alzó una ceja, y luego, se incorporó. Se inclinó por encima de mí para encender la luz, y yo no aproveché ese gesto para besarle los pechos, porque sabía que se avecinaba algo gordo si necesitaba mirarme a los ojos. Probablemente, otra bronca. Como si Karlie no me hubiera acojonado lo suficiente.

La verdad, no sé qué bicho le había picado a mi lesbiana preferida en el mundo. Yo siempre la había defendido el primero, me había asegurado de que estuviera cómoda, e incluso había tratado de hacer de Celestina cuando había conocido a chicas a las que les fueran las tías y que me parecieran lo bastante buenas como para estar en presencia de Karlie, así que, ¿ponérseme chula ahora? ¿Después de todo lo que había hecho por ella?

G u g u l e t h u (Sabrae III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora