Sé que debería haber sabido que tarde en temprano llegaría el momento de ponerme en mi sitio. Sé que no debería asustarme una cría a la que le saco dos cabezas. Sé que debería comportarme con ella con la tranquilidad y tesón con los que me comporto con el resto de mi círculo.
Pero Sabrae no es como los demás. Sabrae podía ponerme entre la espada y la pared y hacer que me lanzara hacia la espada. Sabrae no era tan "fácil" de convencer como mi madre, ya no digamos como Jordan. Si jugaba bien sus cartas, podría incluso quitarme la idea de la moto de la cabeza, y a mí eso me aterrorizaba.
Todo porque ella era la única persona en el mundo que podía hacerme daño como el que me había concebido, y ni siquiera tendría que levantarme la mano: con alejarse de mi lado, simplemente me destrozaría. No tenía que hacer nada más que abrir la puerta, atravesarla y marcharse para siempre de mi vida, condenándome a una existencia que sería una penitencia.
-¿Y se puede saber qué cojones hace tu puta moto de mierda en el jodidísimo garaje?
Intenté que no notara que me había echado a temblar al escuchar el enfado en su voz. Sabía que se cabrearía, pero no pensé que lo haría tanto, igual que tampoco pensé que me quedaría tan poco tiempo. Comprendía que no le sentara bien lo de la moto; ella había vivido el accidente de una forma muy similar, y a la vez completamente distinta, a mí. La manera en que me había preguntado por qué quería guardar la pulsera del hospital me había dejado claro que ella prefería olvidar, cuando yo era más bien de los que mantenía bien presente el pasado para así poder construir mejor el futuro.
-Te lo puedo explicar-aseguré, abriendo las manos a ambos lados de mi cuerpo. Quería que viera que estaba desarmado, que no había ningún truco, y que todo había sido un malentendido.
Joder, ¿por qué había entrado en el garaje? ¿Qué había hecho que tuviera que ir hasta allí? Sabrae no era de las que husmean en las casas ajenas, y menos cuando en esa casa que le había dado por explorar estaba yo. Había muchas cosas que le interesaban en mi casa más que el garaje.
-¿¡Y a qué esperas para empezar!?-bramó, dando un par de pasos hacia mí con la fuerza de una locomotora, la presencia de una soprano a punto de ejecutar el solo principal de la ópera que le da nombre a su personaje, y demostrar que no le han puesto un artículo a su apellido para consagrarla como diva para nada. Toda Sabrae exudada rabia, y me sorprendía que el aire a su alrededor no vibrara por la tensión que emanaba su cuerpo. Tenía las piernas semiflexionadas, lista para saltar hacia mí si se me ocurría dar un paso en falso. Me destrozaría sin tan siquiera pensarlo; sería instintivo para ella.
Estaba en la misma posición en la que había esperado yo a mis rivales después de que el árbitro nos separara justo después del primer tono de su silbato.
Y siempre terminaba con ellos cuando me ponía así.
Me va a matar, volví a pensar, a pesar de que ahora que la tenía un poco más cerca, la diferencia de estatura entre nosotros se hacía más patente.
Como si los treinta centímetros que nos separan supusieran un obstáculo insalvable para pegarte una patada en los huevos, la escuché en mi memoria, riéndose como no lo hacía ahora ante otra broma que le había gastado.
Sentí un nudo en la garganta en cuanto abrí la boca para hablar, buscando las palabras con las que empezar mi discurso. Mierda. Contaba con haber tenido un tiempo de preparación, algo con lo que diseñar en mi cabeza cómo afrontaría el tema con Saab. Y, sin embargo, ahí estábamos ahora, a punto de lanzarnos de cabeza en una piscina que los dos habíamos visto previamente vacía.
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G u g u l e t h u (Sabrae III)
RomanceTras los meses de la más absoluta felicidad que ha experimentado Sabrae en toda su vida, ha tenido que aprender por las malas que no se le puede poner un vendaje al corazón para impedir que sienta. Lo hace de todos modos, y más intensamente, quizá...