Capítulo 5: Buscando a Alec.

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Lo primero que vi a través de mi cortina de lágrimas cuando salí de la UVI fue a Annie y Mimi levantándose como resortes, las dos temblando como hojas al ver en qué estado me sacaban las enfermeras. Estaba llorando a moco tendido y temblando como una hoja.

Sabía que estaba ahí. Siempre lo había sabido. Si no fuera a volver, o estuviera a punto de morir, yo lo sabría, de la misma manera que sabía que era él quien me tocaba cuando alguien ponía la mano en mi espalda. Antes, pensaba que se debía a que nadie era capaz de tocarme como lo hacía él, con ternura y pasión, con sensualidad e inocencia, un niño en pleno despertar sexual y un hombre descubriendo el amor que se le ha negado durante años, todo mezclado en un cuerpo que yo consideraba mi hogar, incluso más que el mío.

Qué estúpida había sido creyendo que se rendiría. Es fácil ponerse en lo peor en los pasillos de un hospital, donde la luz artificial te hace olvidar que el mundo está lleno de milagros; incluso su mera existencia era uno.

Me llevó dos pasos convencerme a mí misma de que el apretón que me había dado Alec había sido un apretón de verdad y no un espasmo: mi instinto no me había engañado, había sido mi corazón y no mi cerebro quien llevaba la razón, pero yo me había vuelto demasiado racional cuando simplemente tenía que dejarme llevar.

Estaba ahí, verdaderamente estaba ahí. Escondido en algún rincón en el que me estaba esperando, esperando una señal que le indicara el norte, algo que le hiciera recuperar la gravedad.

-No me extraña que las golondrinas siempre se las apañen para volver a casa-me había dicho en la azotea del hotel Wela en Barcelona, acariciándome los labios con el pulgar y haciendo que todo mi cuerpo se revolucionara como sólo él podía. La brisa marina nos alborotaba a ambos el pelo, y ahí, a tantos pisos por encima de las olas, era fácil pensar que la sensación de estar flotando se debía a la arquitectura, en lugar de esa intensa sensación que era el sentirse amada por él-. Tú eres mi hogar ahora, Saab.

Yo no había podido evitar preguntarme por qué él se sentía tan a gusto conmigo cuando no hacía más que intentar poner límites en nuestra relación, en lugar de soltar las riendas y dejar que fuera la corriente la que nos llevara adonde tuviéramos que ir, pero ahora entendía sus palabras. Era el universo, comunicándose conmigo a través de Alec; Dios dándome una pista sobre lo que tendría que hacer la siguiente semana: estar ahí, cerca de él, señalándole el camino de vuelta, pues la diferencia entre un edificio normal y tu casa, es que en tu casa siempre hay alguien que deja la luz encendida de noche para que no tengas que pelearte con la oscuridad para poder entrar.

Alec, ahora mismo, estaba a oscuras, y yo era la luz a través de la ventana mostrándole que había alguien preocupándose por él. El faro en la distancia impidiendo que chocara contra la costa y naufragara.

Si me había mandado una señal, era porque sabía que ambos nos necesitábamos de la misma manera e intensidad. Yo no podía flaquear. Debía mantener la luz encendida a toda costa, y él lucharía con todas sus fuerzas para volver conmigo. Que pusiera tanto empeño en consolarme, acariciándome la mano y haciéndome ver que mis palabras tenían efectos físicos en él, hacía que lo quisiera un millón de veces más, si es que eso era posible.

No podía esperar a que se despertara. Cada segundo que pasaba en coma era un suplicio, porque era otro segundo en el que yo no era oficialmente suya. Necesitaba pertenecerle. Había nacido para pertenecerle. Y me daba cuenta justo ahora, cuando no podía echarme en sus brazos y dejar que saboreara la resolución recién adquirida en mi boca, cuando aún estaba fresca y la idea no tenía ningún tipo de defecto. Ni uno solo.

G u g u l e t h u (Sabrae III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora