Aquellos pequeños lagos de luminosa esperanza se expandieron igual que un tipo de estrellas al final de su vida, justo antes de terminar apagándose para siempre. El proceso fue idéntico que con aquellos astros de los que dependía un sistema planetario completo: en los confines de aquel barrio a escala infragaláctica, el calor llegaba tan atenuado que parecía más bien una ilusión. La luz, sin embargo, era un elemento recurrente, lo único estable e infalible: si mirabas en la dirección adecuada, ahí estaría, aportando un sentido en el que caminar, una dirección que fijar en el mapa de ruta.
Para los demás, apenas fueron unos instantes; incluso para Sabrae también fue así. Su mano apenas aguantó el contacto con la mía, demasiado cálida para ser la de un muerto, pero demasiado inmóvil para ser la de un vivo. Ese limbo al que me había desterrado el accidente de coche acabaría matándonos, si no conseguíamos acabar nosotros primero con él.
Los tres lagos se unieron, hundiéndose en el dorso de mi mano cuando su palma me presionó levemente la piel... y justo cuando pensé que me lo estaba imaginando todo, y que de alguna manera mi vista se había perfeccionado hasta el punto de hacerme posible ver el calor, Sabrae retiró su mano de la mía y la luz desapareció.
Echó a correr, lejos de mí, tan alterada por no ser capaz de salvarme, por no conseguir arrancar de mí una respuesta, del tipo que fuera, por primera vez desde que nos conocíamos, que empezaba a convencerse de que ése era el final. Supe como si lo estuviera pensando en voz alta que, ahora, se arrepentía de haber pasado a verme. El fin de semana le había regalado unos recuerdos idílicos a los que aferrarse si a mí me pasaba algo trágico y permanente, le había hecho conocerme siendo completa y absolutamente feliz, sin que ningún miedo me acechara. Me había visto riendo, gritando, viviendo sin reservas como no lo había hecho con nadie. El único que me había visto en ese camino de liberación era Jordan, e incluso a él le había negado verme como me había visto ella: tan vulnerable, tan complicado, que era imposible no quererme.
Podría haberme recordado como deseara: abrazándola de forma estratégica, cubriendo sus partes íntimas mientras nos besábamos; gruñendo mientras la saboreaba en aquella cama, cantando a gritos cualquiera de las canciones que ya habíamos hecho nuestras, relajado en una terraza, nadando en el mar bajo su atenta mirada, comiéndomela con los ojos cuando fue ella la que fue a bañarse y después regresó a mí como una sirena a la que le salen piernas a voluntad, o incluso corriendo con ella al hombro mientras huíamos de aquel bar al que habíamos estafado. Acelerado, cachondo, divertido, entusiasmado o conmovido. Podría haberme tenido como quisiera, pero se había empeñado en entrar a verme, y ahora no podría sacarse nunca esa imagen de la cabeza: yo, tumbado en la cama, con mis constantes vitales en exposición.
El sonido de mi corazón le gustaba cuando lo escuchaba al apoyarse en mi pecho y escucharlo a través de mi piel, directamente desde el órgano donde más le pertenecía, no cuando una máquina sin ningún gusto lo transformaba en un pitido tan uniforme que parecía imposible que no fuera controlado. Mi pulso tenía arritmias cuando ella se tumbaba encima de mí, mi corazón se aceleraba y se descontrolaba, se saltaba latidos o dividía uno en dos. Era bonito oírme latir, respirar, vivir, porque siempre iba acompañado de mi mano en su pelo, mis dedos recorriendo sus rizos, recordándole que lo que estaba escuchando era a la persona que más la amaba en el mundo, y no un tambor de guerra a lo lejos que anunciara destrucción y muerte.
Nadie fue tras ella, a pesar de que Scott estuvo justo a su lado. Ahí estaba la primera diferencia entre los dos: mientras que yo habría corrido tras Sabrae sin importar las circunstancias, Scott tenía algo más importante que hacer allí. Tenía que conseguir que yo supiera que estaba a mi lado, igual que el resto de mis amigos, esperándome con tanta impaciencia que las horas se estiraban como lo hacían también para mí.
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G u g u l e t h u (Sabrae III)
RomansTras los meses de la más absoluta felicidad que ha experimentado Sabrae en toda su vida, ha tenido que aprender por las malas que no se le puede poner un vendaje al corazón para impedir que sienta. Lo hace de todos modos, y más intensamente, quizá...