Alec se revolvió en el asiento, seguro de que no me había oído bien. Si no le hubiera llamado antes y no hubiera tenido sus ojos puestos en mí, habría interpretado su mirada como un intento de dilucidar si se había imaginado que acababa de hablar o no. Parpadeó despacio, tan despacio que por un instante me sentí un colibrí, viendo un mundo inmenso y pesado ralentizarse delante de mí, como regodeándose en el hecho de que era muy superior a mis fuerzas.
Por favor, no te lo tomes como lo que no es, le supliqué al aire, confiando en que oiría mis plegarias. Adoraría estar a solas contigo el resto de mi vida, pero no puedo monopolizarte sabiendo que hay gente que sufre por mi felicidad. No puedo tenerte para mí sola si eso significa echarte de menos. Sé muy bien la manera en que escuece añorarte, y Mykonos no es sólo tu hogar. También es el de tu hermana. Debemos preservarlo de su dolor.
-¿A qué te refieres exactamente con no estar solos en Mykonos?-preguntó, y en su tono de voz escuché mis plegarias rebotando contra un muro insondable que Alec había levantado demasiado rápido, demasiado grueso, demasiado alto, sin tan siquiera ser consciente de que lo hacía. Me relamí los labios para responderle, pero él continuó, bromeando sin ganas-. Porque, bueno, la isla es muy turística y también vive bastante gente. No es que tengamos la casita en un peñasco al que se llega cruzando un puente colgante de madera podrida.
-No me refiero a eso-respondí con calma, inclinándome hacia él y poniendo las manos despacio sobre mis piernas. Me costó horrores no terminar con un "y lo sabes", que haría la situación más difícil. Vi cómo Alec clavaba los ojos en mis manos, y por primera vez en mi vida, me lamenté de que hubiera empezado a ir a terapia. Claire había leído tan bien sus emociones en él que le había dado un cauce para leer las conductas de los demás, y ahora allí estábamos, yo intentando ser diplomática, y él exasperándose porque no quería ser directa como una bala clavada en el pecho.
-Entonces, ¿a qué te refieres, Sabrae?-me preguntó, y dijo mi nombre no como a mí me gustaba, como lo gemía cuando estábamos en la cama o lo jadeaba cuando yo decía algo que le hacía tanta gracia que necesitaba besarme. Lo dijo como lo hacía cuando nos peleábamos, como si mi nombre no sólo fuera la palabra más hermosa salida de sus labios, sino también el insulto más horrible ahora que sabía lo que era responder a "nena", "bombón" o "mi amor".
Me removí en el asiento, tratando de apartar las voces de mi cabeza que se preguntaban qué coño me esperaba. Alec llevaba hablando de llevarme a Grecia con él meses, había corrido a buscarme en cuanto supo que habíamos cambiado el viaje para poder invitarme a lo que ambos habíamos llamado, medio en broma medio en serio, "nuestra primera luna de miel". Aquel era el primer viaje que hacíamos oficialmente como pareja, y él iba a llevarme a conocer su segundo hogar, tanto oficial como extraoficial: el primero oficial era Inglaterra; el primero extraoficial era yo. Pues claro que le iba a molestar que le ofreciera cambiar los planes. Llevábamos calentándonos la cabeza el uno al otro demasiado tiempo como para que ahora él se levantara y me aplaudiera por mi idea fantástica.
Pero yo no podía echarme atrás. No, si sentía que aquello era lo correcto. Lo que verdaderamente debíamos hacer. Al y yo llevábamos demasiado tiempo enredándonos el uno en el otro como para parar ahora, pero debíamos parar ahora que aún estábamos a tiempo. Todavía podíamos sanarnos las heridas el uno al otro antes de que se fuera. Si esperábamos, se nos haría mil veces peor cuando él se marchara. Compartirnos el uno al otro con el resto del mundo sería lo más inteligente, sobre todo cuando sabíamos que medio mundo iba a separarnos. Mamá ya me había advertido de lo peligroso que podía ser lo que estábamos haciendo, lo sano que era el espacio en una relación... podía desembocar en eso que los dos estábamos sintiendo, eso contra lo que yo luchaba y que a Alec estaba dominando: un rechazo absoluto a reconocer que no éramos exclusivamente nuestros, sino un poco también de todo aquel que nos quería.
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G u g u l e t h u (Sabrae III)
RomanceTras los meses de la más absoluta felicidad que ha experimentado Sabrae en toda su vida, ha tenido que aprender por las malas que no se le puede poner un vendaje al corazón para impedir que sienta. Lo hace de todos modos, y más intensamente, quizá...