Capítulo 38: Zeus reencarnado.

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-Acuéstate-me pidió, poniendo la mano que tenía libre libre junto a mi hombro, de manera que tres dedos estuvieran en contacto con el límite de mi clavícula, que ahora se marcaba de una manera diferente a como lo había hecho con anterioridad. Antes era un límite difuso en mi pecho, una especie línea de costa muy suave en la que tierra y mar se confundían, como la orilla de las playas que creaban Mykonos. Ahora... estaba más marcado, algo así como una muralla.

-Sí, ama-respondí, recostándome de nuevo sobre el colchón. El susurro de la funda nórdica aplastada bajo mi cuerpo me recordó al millón de veces en que me había tirado sobre una cama con una tía a punto de saltarme encima, siempre mucho más entusiasmado pero tranquilo de lo que estaba ahora. Sabrae se relamió los labios, y se inclinó hacia delante, dejando la brocha sobre su paleta de sombras. Se recogió el pelo en un moño suelto, y recogió las almohadas que habían quedado libres de su cabeza, en las que ya se intuían las sombras negras y danzarinas de sus mechones de pelo, y las colocó bajo mi cabeza y mi espalda, asegurándose de que estuviera cómodo. Las amasó despacio, preparando su taller, y cuando por fin se dio por satisfecha con el resultado, tomó de nuevo la brocha.

-Avísame si te hago daño-me pidió, y yo asentí con la cabeza. El ambiente entre nosotros estaba cargado de electricidad; era como si cada partícula de aire estuviera en completa suspensión, mirándonos con atención, a la espera de nuestro siguiente movimiento, alerta para actuar en consecuencia.

Sabrae llevó la brocha muy lentamente al centro de mi pecho, justo al lugar donde empezaba mi mayor cicatriz, la que más me disgustaba y la que más me había molestado en el pasado.

Cuando la brocha tocó mi piel y yo no hice ningún movimiento, Sabrae suspiró aliviada. Sus ojos estaban fijos en los míos, muy atenta a todas y cada una de mis reacciones pero, la verdad, más allá de ese extraño y no del todo desagradable cosquilleo llameante que notaba en mis heridas más recientes, lo cierto es que la sensación era placentera. La brocha no podía suplir a los dedos de Sabrae, pero tampoco lo pretendía.

Empezó dando toquecitos sobre mi piel, cuidando de que todos y cada uno de sus movimientos fueran cuidadosos conmigo y no me afectaran más de lo que podía. Tenía increíblemente en cuenta todos y cada uno de mis músculos, mis órganos vitales más allá de la piel, mis heridas. Como si no se fiara de sí misma, apenas rozaba mi piel con el pincel, lo que hizo que un extraño ceño al que no me tenía acostumbrado cuando se trataba en temas de maquillaje se instalara entre sus preciosos ojos, oscureciendo su mirada y perturbando su concentración.

-¿Qué pasa?

-¿Te he hecho daño?-inquirió, echándose hacia atrás como el gato que descubre que el ratón que tenía entre las manos era la mascota de un lince. Negué con la cabeza.

-Te noto tensa. ¿Te encuentras bien, nena?

-Oh, sí. No te preocupes, es que...-suspiró, echándose con la mano los rizos que le caían sobre la cara hacia atrás-. No está surtiendo el efecto que yo quería.

-Ah. Bueno, no pasa nada. No hace falta que me pintes, o que no lo hagas sobre mí; puedo hacerme una idea aproximada si...-intenté incorporarme, pero ella negó con la cabeza, poniéndome una mano en el hombro para impedírmelo.

-No, es sólo que nunca había probado a pintar sobre heridas. No parece que la brocha surta el mismo efecto que sobre la piel intacta.

-¿Y si pruebas con el dedo?-sugerí, y ella me miró. Sabía que no había planteado nada descabellado porque la había visto varias veces aplicándose las sombras directamente con los dedos, a ligeros toquecitos que siempre me habían llamado la atención. Las pocas veces que había pasado por delante de la habitación de Mimi y la había visto jugando con su maquillaje, practicando obras maestras que nunca se atrevía a sacar de su habitación, lo había hecho al lado de un increíble despliegue de pinceles de todos los tamaños y formas. Creía que eso era sinónimo de ser buena maquillándose, y que no podías hacerlo con los dedos, como luego vi a Sabrae.

G u g u l e t h u (Sabrae III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora