Aquel sonido me parecía tan propio de una época de mi vida tan alejada como añorada que, por un momento, mi cuerpo no le ofreció la respuesta que le había obligado a interiorizar después años y años escuchándolo.
Una parte de mi cerebro se desperezó, tratando de localizar la fuente del sonido para, así, saber qué conducta correspondía. Me resultaba vagamente familiar. Me sonaba, valga la redundancia. Esa dulce música que había ido poco a poco in crescendo, bailando en un rincón sin identificar de mi mente antes de que pudiera fijar mi atención en ella...
Un cuerpo se removió a mi lado, más cerca de lo que acostumbraba a tener compañía. Sentí su respiración como una presencia cálida y regular mientras los dos nos despertábamos, ella acusando tanto tiempo de funcionamiento a máxima potencia que no era capaz de ponerse en marcha; yo, con tanto banquillo chupado que todavía no era consciente del poder de mi cuerpo. Apenas era capaz de procesar que yo tenía un cuerpo.
Hasta que...
-Mm-jadeó Sabrae a mi lado, en ese tono característico que tenía de buena mañana, cuando había pasado tan buena noche que no quería que se terminara. Entonces, por fin, adiviné qué era aquel sonido: el despertador de su móvil. La dulce melodía con la que empezaba los días de clase, pues si se ponía un despertador a la vieja usanza, se sobresaltaba y se pasaba media mañana nerviosa.
Me giré para mirarla, ignorando el millón de pinchazos de dolor que siguieron a aquel movimiento en el momento exacto en que Sabrae comenzaba a estirarse. Recordé entonces, vagamente, girarme y mirarla a la luz del amanecer, mientras ella se encogía y fruncía el ceño, acusando el frío de la habitación cuando nos pasábamos toda la noche con el aire acondicionado puesto (mamá era la encargada de apagarlo, pues a mí siempre se me olvidaba que estaba ahí, disponible para nosotros), protestando desde sus sueños por lo pronto que salía el sol siempre. Cuando el astro rey había terminado de besar sus párpados y Sabrae había abierto los ojos, me había encontrado mirándola como lo que era: la reina ante la que me postraría hasta el último de mis días. Es curioso, pero por muchas cosas extrañas que me hubieran pasado a lo largo de las últimas dos semanas (la visita de mi hermano, el coma, el accidente, o descubrir que la chica de la que estaba enamorado era amiga de mi cantante preferido), siempre habría alguna que superaría a las demás, eclipsándolas en asombro: la existencia de Sabrae.
Como si tuviera la suficiente creatividad como para imaginármela solito, cada vez que abría los ojos y me la encontraba durmiendo a mi lado, ya fuera en una cama pensada para compartir o en una improvisación como la que había hecho la noche anterior, me asaltaba la sorpresa de que ella fuera real. Que no hubiera soñado con ella, simplemente, y nuestro contacto se viera restringido al mundo de los sueños.
-Buenos días-saludé, estirando la mano y apartándole un rizo de color negro y brillo dorado de la mejilla, encontrándome así mejor con sus ojos.
-Buenos días-respondió ella en el mismo tono suave e íntimo con el que la había saludado yo. Nuestro tono de las mañanas-. ¿Ya te has despertado, novio mío?
No sé por qué, pensaba que mis heridas internas me causaban más sueño que dolor. Si ella supiera que lo único que no se había vuelto patas arriba en mi vida era mi capacidad para sentir cuándo amanecía, y despertarme a la vez que el nuevo día... eso, y quererla, por supuesto.
-No del todo. Debo seguir soñando.
-¿Por?-sonrió.
-Oírte llamarme así es un sueño.
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G u g u l e t h u (Sabrae III)
RomanceTras los meses de la más absoluta felicidad que ha experimentado Sabrae en toda su vida, ha tenido que aprender por las malas que no se le puede poner un vendaje al corazón para impedir que sienta. Lo hace de todos modos, y más intensamente, quizá...