Prácticamente dancé en dirección a la puerta como la mejor de las bailarinas, con unos movimientos que habrían hecho que Mimi me aplaudiera por lo mucho que había avanzado en el poco tiempo que había pasado con bailarinas profesionales en el programa, sabiendo que quien estaba al otro lado de la misma no me guardaría ningún rencor por lo que había hecho.
Después de todo, era mi cumpleaños, así que tenía más excusas que nunca para comportarme como una niña caprichosa y consentida a la que nunca le han dicho que no. Pero es que nunca me habían dicho que no.
El día estaba siendo genial, a pesar de que no era ni de lejos como había planeado. Puede que tuviera un poco de obsesión con el control y la organización a veces, algo que siempre hacía que todos a mi alrededor me tomaran el pelo por lo mucho que llegaban a preocuparme los pequeños detalles, pero yo era de las que creían que, cuanto más anticiparas algo y más trabajaras para ir construyéndolo poco a poco en tu mente, mejor sería el momento en que se haría realidad. En mi mente, el día de mi cumpleaños sería fundamentalmente en el exterior, entendido éste como las afueras de mi casa; no teníamos por qué estar en la calle para estar fuera, y yo tenía pensado aprovechar todo el tiempo que pudiera con la gente que me importaba, pero con la que no compartía apellido. Mis amigas y yo iríamos a dar una vuelta, paseando por el parque y tomándonos unos gofres, quizá incluso yendo a patinar, y luego, yo pondría rumbo al hospital, donde compensaría a Alec por el tiempo que había pasado alejada de él. Por supuesto, no había rastro de mi hermano en mis planes, con quien contaba para una videollamada y poco más.
Y luego Scott había aparecido, y lo había trastocado absolutamente todo, demostrándome que los accidentes que le dan la vuelta a tu vida no tienen por qué ser negativos, necesariamente. Fiel a su más pura esencia de improvisación, al ser la mayor sorpresa que se habían llevado mis padres en toda su vida (contando, incluso, encontrar a su alma gemela en un mundo demasiado amplio y súper poblado como para que estuviera en el mismo país, y compartiera la misma cultura), Scott había conseguido que mi vida se pusiera patas arriba, y a mí me encantara.
Especialmente porque estaba empezando a aficionarme a los accidentes, ya que lo mío con Alec no podía llamarse de otra manera. El destino y el azar están tan ligados que son inseparables, se parecen tanto que no se distinguen, y Taylor Swift había sido muy sabia cuando escribió «odio los accidentes, excepto cuando pasamos de amigos a esto» en Paper Rings.
Quizá el día que había pintado en mi cabeza era una obra de arte, pero el que Alec y Scott me estaban haciendo tener era una obra maestra accidental. Y me encantaba. Así que no había dudado en borrar de un plumazo mis expectativas para el día, y simplemente dejarme llevar en la tarde. El amor que profesaba a los hombres más importantes de mi vida me había susurrado al oído que no pasaba nada, que ceder las riendas no estaba mal, que los planes estaban para establecer una guía y no un férreo guión, y que la vía fluía como un río y no se compartimentaba como la cuadrícula de una libreta.
Me dijo que me encantaría el día hiciera lo que hiciera con ellos dos, porque igual que era novia de Alec y hermana de Scott por accidente y nunca se me había ocurrido quejarme, ellos sabrían hacer que hasta el plan más tranquilo fuera especial.
Y tenía la suerte de contar con unas amigas comprensivas que se adaptaban sin rechistar a mis cambios de humor, que aceptaban mis sugerencias y que sonreían cuando les explicaba con cierto rubor que quizá fuera mejor pasarnos el día en casa. Aunque en mi defensa diré que en un primer momento ni siquiera había considerado la posibilidad de hacer un plan sencillo: el día era demasiado bueno para ser verdad, el césped apenas estaba húmedo e invitaba a tumbarse sobre él, y por el cielo discurrían unas nubes tan perezosas como inofensivas. De modo que, cuando terminamos la comida, con los regalos aún sobre la mesa, todavía sin desenvolver, yo ya me había puesto a relatar lo que podríamos hacer Alec, Scott, las chicas y yo con tanto entusiasmo que la velocidad de mis palabras se triplicó. Me habría venido muy bien ser así de rápida en la actuación; por mucho que Nicki me hubiera alabado y me hubiera dicho que lo había hecho mejor que ella, una parte de mí no dejaba de hacer caso del síndrome del impostor, y pensaba que lo había hecho por quedar bien, por ser buena con una chiquilla que lo hacía lo mejor que podía, y no porque realmente lo pensara.
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G u g u l e t h u (Sabrae III)
RomantikTras los meses de la más absoluta felicidad que ha experimentado Sabrae en toda su vida, ha tenido que aprender por las malas que no se le puede poner un vendaje al corazón para impedir que sienta. Lo hace de todos modos, y más intensamente, quizá...