Capítulo 49: Semidiós.

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Ahora que estaba abandonado a mis pensamientos, no podía seguir resistiéndome a las mordeduras de los demonios que tenía en mi cabeza. Sabía que no lo había dicho con la intención de torturarme, y que si hubiera sabido que le daría tantas vueltas más tarde, no me habría regalado esa confesión de amor, pero lo cierto es que lo que Saab había dicho sobre el uno de agosto había hecho diana en mi corazón como si se tratara de una flecha en una final de tiro olímpico.

No sé cómo sobreviviré el uno de agosto. Sus palabras rebotaban y rebotaban y rebotaban y rebotaban en mi interior, buscando un hueco por el que colarse en mi alma y hacerme aún más daño del que ya me hacía la cuenta atrás que pendía sobre nuestras cabezas. Si bien ésta hacía que nuestros besos fueran más deliciosos y nuestros polvos más intensos, lo cierto es que lo cambiaría todo por saber que tenía la seguridad de la monotonía extendiéndose ante mí. Daría lo que fuera por tener una máquina del tiempo y poder sentarme a hablar conmigo estando en coma, razonar con el fantasma que había sido durante aquellos días en los que había sentido de todo menos sensaciones físicas, en los que había sido el único semidiós existente en el mundo, a la altura de mi diosa.

Ojalá me hubiera despertado del coma dándome cuenta de que el tiempo que me quedaba no me lo habían regalado para continuar con mis estúpidos planes, sino para consentirme a mí mismo. No tenía que cumplir con mis obligaciones, sino rendirme a mis caprichos.

Ojalá no tuviera que conformarme con mirar a Sabrae durmiendo desnuda a mi lado, luchando por mantener la mente centrada en ella y memorizarla al detalle, para que cuando nos separaran dos continentes pudiera evocarla y fingir que aún estábamos juntos.

Ojalá no hubiera subestimado la importancia de poner entre nosotros seis mil kilómetros de distancia. Ojalá no se me hubiera ocurrido esa inmensa gilipollez de "medio mundo no es nada".

Por supuesto que lo es. Medio mundo es media Sabrae. Y yo no tenía suficiente con media Sabrae. La necesitaba a ella entera.

Pero estaba hecho. Habíamos sellado nuestro destino no con los materiales nobles con los que los héroes de la antigüedad alcanzaban la gloria, sino con la dolorosa e intangible tinta de un correo electrónico. Ni siquiera teníamos una lápida sobre la que postrarnos, o un pergamino que rasgar antes de echarlo al fuego y convertirlo en un ave fénix de miedo y desilusiones. Simplemente teníamos la bandeja de salida de mi correo electrónico.

El billete de avión a mi nombre. Sólo de ida, ya que no puedes coger ida y vuelta si aún no sabes la fecha fija de vuelta (cuanto antes, demasiado tarde), y menos si es en un intervalo superior a un mes. A estas alturas, ni siquiera un mes sería tiempo suficiente como para que yo no me desesperara.

Estaba demasiado acostumbrado a ella, demasiado acostumbrado a ser feliz. Y ella no iba a ponerme nada fácil la despedida. Sospechaba que la razón de que hubiera insistido en que fuera con Mimi a Roma en lugar de con ella obedecía más a la necesidad que los dos sabíamos que teníamos de empezar a poner distancia entre nosotros, ir acostumbrándonos a la ausencia e ir adaptando la relación de lo físico a la distancia.

Pero yo simplemente desearía que no fuera tan buena convenciéndome, que no tuviera argumentos tan buenos como "se lo prometiste a tu hermana", "lo teníais hablado vosotros antes", "ya tendremos tiempo de sobra de recorrer el mundo cuando vuelvas". Me daban igual las promesas que le había hecho a Mimi; también le había prometido a Sabrae que no la abandonaría ni dejaría que nada se interpusiera entre nosotros, y ahora no sólo me estaba metiendo yo, sino a toda la fauna del continente africano y a la infinidad de granos de arena que había en los miles de kilómetros que iban a separarnos.

G u g u l e t h u (Sabrae III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora