-¿Por qué me miras así?-pregunté, aguantándome la risa, como si no supiera exactamente lo que se le estaba pasando por la cabeza a mi madre en ese instante.
A Saab y a mí se nos había echado el tiempo encima. Lejos de despertarnos con el amanecer, como teníamos por costumbre (yo, desde un poco antes que ella), habíamos dormido hasta bien entrada la mañana, con el desayuno enfriándose en la bandeja térmica que uno de los auxiliares había traído con el sigilo de un ladrón de guante blanco. Yo no me había movido, y ella, tampoco. Yo no había escuchado nada, y ella, tampoco.
Nada había alterado nuestro sueño hasta que mi madre había entrado por la puerta, saludando a dos adolescentes que siempre se encontraba con energía, y muy despiertos. Su enérgico "¡buenos días!" fue un inmenso bache en mi electrocardiograma, e hizo que Sabrae diera un brinco a mi lado en la cama, tirando de las sábanas para taparse al darse cuenta de que aquello no era un sueño. Las sensaciones eran demasiado reales: el fío de la habitación le mordisqueaba suavemente la piel, mi cuerpo le proporcionaba el calor de una fogata en medio de un bosque nevado, y mi brazo era el peluche perfecto alrededor del cual enroscarse para sentir que estaba protegiendo algo. Si estiraba los dedos, podía acariciar la cara interna de sus muslos, causando estragos allá por donde mi piel la rozara.
Sabrae lo sabía. Yo lo sabía. Y mamá, también.
-¡Annie!-exhaló Sabrae, tapándose prácticamente hasta las orejas, hundiéndose como una tímida sirena en aguas neblinosas mientras mamá se acercaba a nosotros y empujaba suavemente la cama que Sabrae había corrido inútilmente la noche anterior de vuelta a su sitio.
De repente, su cuerpo empezó a emitir el calor de mil soles y cuando la miré, aún somnoliento, me di cuenta de que se había puesto colorada. No obstante, tardé un segundo en poner en orden mis pensamientos (todavía la tenía demasiado cerca, y su perfume me embriagaba) y, así, poder recordar qué era aquel misterio que le daba tanta vergüenza, y que yo por fuerza tenía que saber.
-Hol...-empecé, y me quedé callado al momento. Todo lo que había pasado el día anterior saltó sobre mí como una pantera al acecho. La visita de mi padre. El encuentro con mamá. Cómo mamá me había defendido como una verdadera dragona, con la valentía de un león. Mi ataque de ansiedad. Los médicos rodeándome como si fuera un paciente peligroso, como el más inestable que tenían. Sabrae, a mi lado, cuando me desperté. Sherezade gritándole que se fuera, y que se llevara a Shasha con ella, cuando vio en mis ojos mi proposición. La conversación. La promesa que le había hecho a mi madre.
La distancia entre nosotros cuando Sabrae volvió a entrar en la habitación. Cómo había detestado sentirla tan lejos, ver que andaba con pies de plomo a mi lado, como si fuera un explosivo tremendamente delicado cuya detonación podría darse en cualquier momento, con el más leve giro de muñeca. Cómo había escuchado sus deseos de que rebajara la tensión como si los hubiera verbalizado, sólo con mirarla a los ojos y ver cómo me echaba de menos en esos escasos cinco o seis metros que nos separaban. Cómo había conseguido que volviera conmigo, que me dejara inhalar el perfume de su piel, de su pelo, de su boca, y ese sabor tan delicioso por el que iría al infierno sin dudarlo, por el que caminaría sobre la superficie del sol sin protector. La conversación que habíamos mantenido, su juramento de lealtad, lo difícil que había sido para los dos decir "no" cuando lo que queríamos era gritar "sí" (¿había tenido que pasar por algo así de duro cuando me dijo que no la primera vez?).
La forma en que, como siempre, había convertido la conversación más seria de mi vida en un momento excitante. Cómo había activado cada una de mis células, y se había puesto a gemir de aquella forma tan deliciosa en que lo hacía cuando... cuando...
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G u g u l e t h u (Sabrae III)
RomansaTras los meses de la más absoluta felicidad que ha experimentado Sabrae en toda su vida, ha tenido que aprender por las malas que no se le puede poner un vendaje al corazón para impedir que sienta. Lo hace de todos modos, y más intensamente, quizá...