La pobre Bella no se animó a abrirse con nosotras hasta que el camarero no hubo desaparecido en el interior del restaurante en cuya terraza nos habíamos sentado. Lucía un sol luminoso en el cielo, de ese tipo de soles imponentes que sin embargo son gentiles con tu piel, y en lugar de arañártela para arrancarte un bronceado te la van acariciando hasta conseguir que tu piel parezca besada con él, tostada a fuego lento; y con la brisilla se deslizaba por el mar, no podía pensar en un sitio en el que pudiéramos estar más a gusto, que fuera mejor para volcar tu corazón sobre la mesa, o para confundirlo con el paraíso.
Excepto, por supuesto, porque me faltaba una persona importantísima. Si no fuera por su ausencia, habría creído que estaba en el cielo.
-Chicas...-susurró con timidez, una timidez casi virginal. Parecía salida directamente de un cuadro renacentista, con su pelo ondeando suavemente al viento, siempre indómito ante todos los intentos de ella de capturarlo tras sus orejas. Bey y Karlie cerraron la boca inmediatamente, girándose para mirarla y demostrarle que teníamos toda su atención. Bella se revolvió en el asiento, escondiendo las manos entre sus piernas, se mordió el labio y se aclaró la garganta antes de atreverse, por fin, a continuar-. ¿Puedo pediros opinión sobre una cosa?
-Claro-dije yo, dándole la vuelta a mi móvil para ignorar los mensajes de mis amigas, que no paraban de insultarme por las fotos y vídeos que estaba subiendo a Instagram, y que me aseguraba de enviarles para que se murieran de envidia... aunque me habría encantado que estuvieran allí, conmigo. Claro que sabía que eso era demasiado pedirle a Alec, no sólo porque la relación con mis amigas no era la misma que la que mantenía con sus amigos (evidentemente), sino porque el espacio en casa era extremadamente limitado... y no quería tener que obligarlo a ofrecerse a dormir en otra habitación para que las chicas y yo pudiéramos apretujarnos en la cama de la suya.
Había un límite que ninguno de los dos estaba dispuesto a traspasar, y era el de dejar de dormir juntos. Bastante nos había costado ya separarnos cuando llegamos a la ciudad, pero sabía que era por un bien mayor.
Él me había cogido de la cintura mientras los chicos se iban alejando, reticente a dejarme ir, y se había balanceado suavemente de un lado a otro, como si estuviéramos bailando al son de un ritmo que no flotaba más que entre nosotros. Se relamió los labios y sus ojos se hundieron en los míos, explorando en mi interior en busca de una forma de conseguir quedarse conmigo, o que yo me quedara con él.
-No te he traído a Mykonos para separarme de ti. No necesito descansar de ti-murmuró, apartándome de la cara un mechón de pelo que se me había soltado de la trenza, y colocándomelo tras la oreja. Dejó sus dedos un momento ahí, en ese rinconcito de piel escondida, antes de volver a bajar de nuevo la mano a mi cintura.
-Yo tampoco necesito descansar de ti-respondí, acariciándole los brazos. Qué alto era. Qué guapo. Cómo resplandecía bajo ese sol, como si se alimentara de él, recargando su energía con lo que se reflejaba en el Mediterráneo para luego calentarme las noches, las mañanas de tormenta, la vida entera.
-Podemos... podemos dejar que exploren e irnos nosotros por ahí...-comentó, más para sí mismo que para mí, pero yo negué con la cabeza.
-Tienes que ir con ellos, Al. Y yo tengo que ir con ellas.
-Diana se viene con Tommy.
-Diana lleva varios días sin estar con Tommy. No han podido disfrutar de la isla como lo hemos hecho nosotros-traté de razonar con él, como quien le explica a un niño por qué se tienen que mudar, dejar de ver a sus amigos.
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G u g u l e t h u (Sabrae III)
RomanceTras los meses de la más absoluta felicidad que ha experimentado Sabrae en toda su vida, ha tenido que aprender por las malas que no se le puede poner un vendaje al corazón para impedir que sienta. Lo hace de todos modos, y más intensamente, quizá...