No me había fijado en que en la sala común de los psicólogos del hospital había pequeños rincones que parecían reservados a cada uno de ellos, como si aquel gran salón no fuera otra cosa que la suma de las partes de las demás consultas, comulgando todos con todos para hacer de ese rincón del hospital un hogar. Uno de los pocos hogares que había para los profesionales que trabajaban en él, y cuya estancia a lo largo del tiempo estaba mucho más definida que las personas por las que se había levantado aquel edificio.
Sentado en el diván de terciopelo rojo con Claire frente a mí, rompiendo el contacto visual conmigo tan sólo para hacer pequeñas anotaciones en ese cuaderno que tenía reservado para nuestras sesiones, me había descubierto a mí mismo rehuyendo su mirada clara cuando volvía a fijar los ojos en mí. No porque me incomodara sentir que me prestaba atención, sino porque... se sentía raro todo aquello. No haber ido a su consulta, más pequeña pero más personal, después de volver del viaje; no haberme despatarrado en una de las sillas de plástico, sino haber pasado a ese rincón que se parecía más a las consultas de los psicólogos que salían en las películas. Me había asegurado que no tenía de qué preocuparme y que podía hablar con libertad: varios de sus compañeros estaban de vacaciones, y los demás que compartían el turno con ella estaban haciendo ronda por las habitaciones de aquellos pacientes que no podían bajar hasta el piso donde se encontraba el Área de Salud Mental, así que tendríamos toda la intimidad de que habríamos disfrutado en su consulta. Simplemente quería disfrutar del solecito, me dijo.
Me tenía envidia por lo moreno que había vuelto de Grecia, y había bromeado incluso con que sería bueno que sus pacientes le dieran envidia, para variar. Y yo me había puesto a parlotear como un loro sobre todo lo que habíamos visto, lo que habíamos hecho, y lo que habíamos vivido, sin detenerme en las cosas que se supone que le tienes que contar a tu psicóloga.
Supongo que le había perdido la práctica a desnudarme mentalmente frente a otra persona y hurgarme en las heridas para conseguir que me sanaran, y me había descubierto a mí mismo paseando la vista por la habitación mientras mi lengua cobraba vida propia y seguía por un camino por el que tanto Claire como yo sabíamos que no llegaríamos a ningún sitio.
Claro que no me di cuenta de eso hasta que no me fijé en la foto de Claire y su mujer en un jardín botánico, capturadas en el tiempo en medio de una carcajada que hacía que sus cuerpos se contorsionaran de manera extraña, sus rostros contraídos en una risa silenciosa y eterna. Sabrae y yo teníamos muchas fotos así, pero no pensé en ninguna en la que nos estuviéramos riendo, sino en una de las primeras que le había hecho cuando llegamos a Grecia.
Claire y Fiorella estaban delante de un seto de buganvillas, igual que el arco que rodeaba a Sabrae mientras estiraba la mano para dejar que una mariposa monarca se posara en su dedo en lo que yo ahora tenía como fondo de pantalla en el teléfono.
Y, como no podía ser de otra manera, me había puesto a pensar en todo lo que habíamos pasado en Grecia, bueno y malo, mientras seguía soltando chorradas acerca de la temperatura del Mediterráneo o los anglicismos que el griego había asumido y de los que yo no me había dado cuenta hasta que no me llevé a mis amigos a Mykonos y ellos pudieron adivinar más o menos de qué hablaba gracias a aquellos.
Me pregunté dónde estarían Claire y Fiorella cuando les hicieron esa foto, si sería en una luna de miel como la que habíamos tenido Sabrae y yo, o la oficial. Me pregunté cuánto tiempo habrían pasado separadas la una de la otra desde que se habían conocido, si habían tenido dificultades como las que habíamos pasado Sabrae y yo. Fiorella parecía testaruda y con el egoísmo suficiente como para poner esos planes de futuro que había hecho estando soltera por delante de unos meses prometedores al lado de Claire, y Claire parecía lo bastante buena como para aguantar estoicamente el tiempo que Fiorella decidiera irse por ahí a ser gilipollas perdida al otro lado del mundo sin echarle en cara todas esas gilipolleces.
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G u g u l e t h u (Sabrae III)
RomanceTras los meses de la más absoluta felicidad que ha experimentado Sabrae en toda su vida, ha tenido que aprender por las malas que no se le puede poner un vendaje al corazón para impedir que sienta. Lo hace de todos modos, y más intensamente, quizá...