Aquel que diga que el oxígeno es el ingrediente esencial para la vida, miente. Aquel que diga que es un gas, miente. Aquel que diga que es imprescindible para sobrevivir, miente.
El oxígeno arde en los pulmones.
El oxígeno es un líquido que se te mete en el pecho y te ahoga más que una tonelada de agua.
El oxígeno es un veneno que te paraliza el corazón.
Y si a mí me estaba haciendo daño en lo más profundo de mi ser, no quería ni pensar en lo que le estaría haciendo a Alec. Si yo me asfixiaba, Alec ardía por dentro. Si en mí el oxígeno era líquido, para Alec era un sólido que le arañaba los alveolos. Si a mí se me había parado el corazón, a Alec se le había deshecho, directamente.
No era para menos, todo hay que decirlo. Mientras Brandon observaba a mi chico (me negaba en redondo a atribuirle un poder sobre él en forma de posesivo que había perdido hacía mucho, mucho tiempo), yo pude detenerme a examinarlo con más atención. La primera impresión a causa de la sorpresa me había revelado a un hombre fuerte en todos los aspectos: a pesar de que sus hombros estaban hundidos, había una fuerza y una seguridad en ellos que no casaban bien con la situación, como si no estuviera acostumbrado a humillarse ante nadie y no supiera muy bien cómo intentarlo siquiera. Como reforzando mi teoría, su mandíbula, más marcada que la de mi hombre favorito en el mundo, se movía a un lado y a otro, rechinando unos dientes que no me extrañaría que hubieran masticado carne humana. Su pelo, un poco menos revuelto que el de Alec, parecía sin embargo el cabello de Medusa, tan mortífero como su dueño, retorciéndose en su cabeza como serpientes del mismo color negro que teñía las raíces de su primogénito.
Y la nariz parecía hecha para inhalar el olor de la putrefacción, del miedo, del pánico. La tenía ligeramente arrugada, cualquiera diría que por la preocupación, pero a mí me daba la sensación de que se debía, más bien, a que no había encontrado en la habitación a su víctima preferida, y acababa de descubrir que tendría que conformarse con su hijo, a quien había conseguido salvar hacía demasiado tiempo, aunque no el suficiente como para que la herida no siguiera escociendo. La boca, curvada hacia abajo en una mueca de disgusto, se me antojó la de un león rabioso: bien podría ser Scar quien estaba frente a mí, a punto de arrojar a Mufasa a la estampida de búfalos.
Sus ojos tampoco me engañaban. Por mucho que hubieran pintado una expresión triste en unos iris marrones que, sin embargo, no tenían nada que ver con los de Alec, yo podía ver más allá. Podía ver que no había un alma tras ellos por cuya redención mereciera luchar.
Podía ver que, por mucho que las facciones más masculinas de Alec fueran herencia de aquel hombre, sus parecidos no podrían ser más distintos. En Alec, los brazos eran sinónimo de protección; la espalda ancha, de apoyo; el pelo, de un campo de juegos para cuando estabas triste; los ojos, dos pozos de chocolate caliente en los que hundirte en los días más crudos del invierno, y la boca una fuente de amor, consuelo y pasión por igual. En Brandon, los brazos eran martillos; la espalda, el yunque; los ojos, dos carniceros; y la boca, la desgarradora.
Si Alec significaba "protector", estaba bastante segura de que Brandon significaba "destructor". No necesitaba buscarlo en Internet. Era evidente la diferencia entre ambos, cómo conjugaban las dos caras de una moneda, el yin y el yan. La diferencia radicaba en que Alec había sido capaz de existir perfectamente sin él, pero Brandon, no estaba tan claro.
Pude analizarlo tan sólo unos segundos más, unos segundos preciosos en los que Brandon sólo tenía espacio en su retorcida mente para ocuparse de su hijo. En qué estaba pensando, era imposible adivinarlo, pero la tensión que había en el ambiente no parecía haberlo alcanzado aún a él. Mientras que Alec y yo ya estábamos tensos, en un modo lucha-o-pelea en el que jamás nos habíamos encontrado estando juntos (ni tan siquiera cuando fuimos a aquella pelea épica con la que se había desencadenado todo), él parecía completamente ajeno a todo aquello. Cualquier espectador externo que no conociese de su pasado, habría pensado que aquél sólo era un padre ausente que se preocupaba por el bienestar de su hijo, malherido en el hospital.
ESTÁS LEYENDO
G u g u l e t h u (Sabrae III)
RomanceTras los meses de la más absoluta felicidad que ha experimentado Sabrae en toda su vida, ha tenido que aprender por las malas que no se le puede poner un vendaje al corazón para impedir que sienta. Lo hace de todos modos, y más intensamente, quizá...