Capítulo 28.

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“El mundo necesita un equilibrio y aunque nadie lo diga, nadie lo note, a nadie se le ocurra; los sucesos sobre la tierra sí giran en torno a una sola persona.

De la que depende que el mundo no se destruya.

Porque tiene el poder de mantenernos vivos como también de destruirnos. Y no, en este cuento no se habla de ningún Dios celestial.

—Pagará una condena que no le corresponde —Habla la ser inferior queriendo arreglar el supuesto malentendido en el que se metió.

—Pero luego tendrá un final que ninguno se esperó —Le responde la profeta.

Entonces caen en cuenta de que las cosas deben ser como están predichas porque el mundo es injusto haciéndonos pagar por nuestros errores a todos pero más injusto es haciéndonos pagar los errores que cometieron otros"

Fragmento de un cuento.
Autora: Danisse Sánchez Ramírez.

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28 de mayo del 2020.

02:00 a.m.

Magali.

Mis ojos se cierran por unos breves segundos, respiro con lentitud antes de volver a abrirlos para observar a los dos hombres que esperan con paciencia que pueda empezar.

—Nací en Rusia, en el año 1990 —Suelto el primer dato que los hace arrugar las cejas— Mis padres se movieron al país latinoamericano para hacerme destacar entre el resto de la humanidad ¿Qué haría una Rosenzweig en Paraguay? Las mentiras sobre mi nacionalidad fueron algo a lo que me acostumbré y dejé pasar ya que la verdad es que me daba igual.

»Crecí sabiendo que mi familia no era igual a las demás, papá casi no me hablaba, mamá siempre lloraba y los únicos que me daban mimos, me llenaban de besos e consentían eran mis abuelos, que se pasaban más conmigo que con otras personas, me llevaron a Alemania e Rusia durante mucho tiempo antes de volver para que yo pueda seguir mis estudios pero antes de ello me entrenaron para cualquier cosa que vaya a pasar en mi vida, esa eran las palabras que usaban.

»En el noventa y tres ya practicaba karate, sabía de defensa personal para con el tiempo ir aumentando hasta que dos años más tarde empecé con el boxeo, mi abuelo me enseñó a usar armas blancas, armas de fuego; me enseñó a esconderlas, a ser rápida, a no demostrar miedo a la hora de alzar el arma.

—Un Rosenzweig nunca deja de tener enemigos, por lo tanto, siempre debemos estar alertas, seguros, prevenidos.

»Mi abuelo materno era peor desde golpes para un simple susto hasta los que sirven para dejar inconsciente a tu oponente. Mis abuelas eran de elegancia e inteligencia, desde pasos para ocultar dolor, expresiones frías para que no se fíen de nada de lo que digas hasta tener que explotar tu cerebro sabiendo que vienes de una familia con los mejores inventores de la historia, con un apellido que resuena a donde vayas. Una familia que tiene los genes más poderosos que podrías llegar a presenciar y el coeficiente intelectual, siempre, más alto que el de los demás.

»Volví junto a mis padres en el noventa y cinco por lo que me encontré con una mansión en donde viviríamos en la capital del país, una empresa nacional fundada por ellos y un colegio alemán al que pocas personas tenían acceso. Teníamos dinero en Rusia pero estar en ese país con dinero de otro era simplemente impresionante.

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