Capítulo 6.

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El terror absoluto puede llegar a ser tan fuerte como el amor desequilibrado.

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Paraíso.

Marzo 27, 2020.

Magali.

Mis manos se aferran a las sábanas aterrada y le pido mi móvil a la enfermera, pero ella alega no saber dónde está, el pánico me toma hasta el último centímetro de piel y lo único que mi cerebro repite es la voz de mi peor pesadilla repitiendo en mi oído «volveré por ti, liebe».

No voy a pasar por un secuestro, no de nuevo. Si he de arrancarme los cables y saltar por la ventana lo hago sin dudarlo y es justamente mi plan en medio del desespero. Plan que se corta cuando la puerta se abre y quedo estática en mi sitio viendo a la persona que se adentra.

Un hombre de cabello rubio de casi dos metros se adentra al sitio vistiendo vaqueros y playera negra, tiene gafas oscuras sobre sus ojos y un café en la mano que deja en la mesita de a un lado clavando los ojos en la enfermera que se apresura a ir junto a él hablándole despacio.

Sé que este es el momento adecuado para entrar realmente en pánico, pero mi cerebro está muy ocupado babeando por el cuerpo musculoso del hermoso ser que se aparta cuando la enfermera le termina de hablar pidiéndole que nos deje solos. Mueve los anchos hombros enderezando la espalda y creo que me repara bajo las gafas, tiene una mano metida en el bolsillo y da un paso hacia mí llevándose la otra a las gafas.

Se las quita y quedo atónita con el celeste intenso de los ojos paradisiacos que se posan sobre mí «¡joder, que hermoso!» y no hablo solo de sus ojos, sino que de todo el rostro que pareciera fue tallado por ángeles en el Olimpo.

—¿Cómo te sientes? —cuestiona de repente y tengo que parpadear para salir de la ensoñación que me causa su voz—. Mira, entiendo que estés confundida y muy probablemente algo aterrada, pero no voy a hacerte daño.

—Eso es justamente lo que diría una persona antes de hacerme daño —me pongo a la defensiva.

—Vale, puede ser —suspira—. Escucha, sé que no me conoces, ciertamente yo tampoco sé muy bien quién eres, pero solo estoy brindándote ayuda. Anoche estuviste en una discoteca en el centro de Londres, te desmayaste al estar camino a la salida ¿recuerdas algo?

Asiento con la cabeza.

—Vale, pues resulta que yo te estaba siguiendo... —alzo una ceja y se le enredan las palabras— Ok, no es un buen indicio de que no te haré daño, lo sé, pero el punto es: que mientras te seguía vi cómo te tomaban e intentaban llevarte desmayada por lo que intervine junto con mis escoltas ya que sé que las personas que intentaban llevarte no eran las mismas con las que estabas durante la noche, el hombre... tu novio o exnovio, con el que discutiste, se había ido, no había visto al castaño y a la otra mujer de nuevo con ustedes y no se me ocurrió mejor idea que subirte a mi auto y traerte a la clínica porque no sabía qué te habían dado.

—¿Por qué me seguías? —de todas las cosas que acaba de explicar, es lo único que se me ocurre preguntar.

—Te acabo de comentar que casi te secuestran —dice estupefacto— ¿y a ti solo te interesa por qué te seguí?

—Intentan secuestrarme mínimo tres veces al mes —digo— es mi culpa por salir sin escoltas.

Me mira como si estuviera loca.

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