Capítulo 83.

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La «anhedonia» aunque suene muy bonita se traduce a: la incapacidad de experimentar placer, la pérdida de interés o satisfacción en casi todas las actividades de la vida y estoy segura que, aun oyendo el significado, te parece una palabra bonita.

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Anhedonia.

Estocolmo, Suecia.

Magali.

Dejo que me trasladen a donde se les dé la gana, me duele demasiado la cabeza, el mareo constante me tambalea y deben tomarme para que no me vaya de bruces al piso. Avanzo hasta una propiedad enorme que reconozco como la misma de la otra vez por lo que sé que estoy de nuevo en Suecia, pero esta vez la casa no está tan solitaria como la última vez.

Hay hombres arrastrando gente que llora hasta un enorme gulag detrás de la propiedad en el que también hay animales. Los tipos que me tienen me llevan a la recepción y apenas me adentro sé que no va a ser un buen día porque en el living no me espera Adler, sino que una mujer de mi misma estatura vestida con un enterizo de cuero con una chaqueta encima, el cabello oscuro le cae largo en la espalda y alza la barbilla reparándome de pies a cabeza.

Está jugando con una daga china y no le bajo la cabeza mientras que trato de no tambalearme cuando me quitan las cadenas que me sostenían, la ansiedad me está carcomiendo por dentro y sé que es parte de los efectos del Regler.

—Toda una muñeca —se me acerca la sumisa de Adler, detiene la daga entre sus dedos y deja la punta bajo mi barbilla para alzarla más fingiendo detallarme—. Todavía no me decido si te verías mejor siendo comida para aves o colgada de los ganchos en el gulag.

—Infórmame de tu decisión cuando lo sepas —contesto—. Así es la primera orden que doy para contigo cuando asuma como «reina»

Me lleva contra la pared clavando la punta en mi garganta.

—No sabes quién soy —sisea.

—Claro que lo sé, eres una de esas sumisas de la mafia que se cree demasiado por ser la favorita, sin saber que ese título no sirve de nada cuando no puedes pasar de la cama, de procrear niños que nunca te verán como madre sino que como una simple esclava más.

Me inclino y quita la daga.

—¿Ves? No eres más que una marioneta a la que usaron mientras yo no estaba y ahora que estoy se debe aguantar las ganas de matarme porque no puede tocarme —le agarro la muñeca clavándole la daga en el pecho y alza la cara mirándome rabiosa— pero yo a ti si puedo eliminarte así que no me busques que yo no vine aquí a jugar al gato y al ratón.

La empujo y se arregla la chaqueta guardando el cuchillo.

—No te metas conmigo y no me meteré contigo —espeto— puedes seguir siendo la puta favorita que donde meta la verga ese violador de cuarta es lo último que me importa, pero no me busques que te aseguro no encontrarás algo que te beneficie.

Me sonríe.

—Me causa risa tu ilusión, pero te entiendo, yo con mi ego a veces soy igual —se encoje de hombros—. Pero te dejaré pensar que esa fantasía será tu vida aquí, majestad —me dedica una reverencia antes de apartarse cuando se oyen pasos en el pasillo.

Me enderezo cruzándome de brazos mientras el hombre de dos metros atraviesa el umbral posando los ojos en la sumisa que se le inclina en una reverencia y realmente no puedo creer que esta gente en serio lo trate como un rey. Los iris verdes se despegan de ella que sale al igual que los hombres que me trajeron posándose sobre mí.

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